Bercianos de Aliste se vistió, como manda la tradición coincidiendo con Viernes Santo, de luto y dolor, para acompañar al hijo de Dios en su último viaje. La Pasión de Cristo cobró vida y muerte en las laderas de la colina que mira al río Aliste gracias a unos hombres y mujeres acostumbrados, desde la noche de los tiempos a llorar, honrar y respetar a sus finados por igual, sea un labrador alistano o el mismísimo Jesús de Nazareth.

Bajo el asfixiante calor, desgarradoras voces rompieron el sepulcral silencio en la iglesia de San Mamés que abrió sus puertas para ver salir a los hermanos penitentes: «Perdón, oh Dios Mío / Perdón y clemencia / Perdón indulgencia / Perdón y piedad». Camino del Crucificado, allí, en la «Plaza Sagrada», velado por el Consejo de Ancianos, con sus capas pardas alistanas de honras; de María, la madre que llora a su hijo al pie de la cruz, arropada por las mozas y por la mujeres de mantón y pañuelo negro, compartiendo su tristeza y eterno dolor.

Fernando Lorenzo Martín, un Cristiano del Mundo, aquel que nació en Barakaldo, le bautizaron en Toro, se hizo cura en Zamora y hoy vive en Valer, puso voz, alma, corazón y vida, al Sermón del Descendimiento, recordando que lo humanidad y la fe van unidas, cultivadas en Bercianos, generación tras generación desde la devoción más pura y profunda, el respeto al prójimo y la solidaridad mostrada cada año con el hijo de María y de José. El pendón morado y el pendón negro, de luto, abrieron la comitiva fúnebre camino del Calvario bajo las estremecedores sentencias del miserere alistano, ese que dice verdades como templos, ese que emociona a los creyentes y a quienes sólo pasaban por ver o por ahí. El Santo Cristo, que cobró vida en 1692 y fue introducido en la Santa Urna, de 1799, portados a hombros por voluntarios de la Hermandad de Penitencia: almas vivientes bajo túnicas de blanco lino que a su muerte serán las mortajas que les llevarán hacia la Salvación Eterna. Frente a las cruces pétreas del Calvario que representan a Dimas, Cristo y Gestas, se rezaron y cantaron las «Cinco Llagas» una por cada lanzada de Longinos al Señor. Blancas mortajas, pardas capas, negros mantones y pañuelos de luto y dolor para el Santo Entierro de Cristo, allí donde la Pasión no se representa, se vive, se siente y se llora, con sentimiento, sencillez, recogimiento y añoranza, esa que se afianza en la memoria labrando los recuerdos cuando se sabe que el finado, sea Cristo o sea un alistano, nunca ya volverá a este valle de lágrimas.