Los pueblos de Zamora como esperanza

Villar de Fallaves, el atractivo de las tierras llanas

Un bello destino desconocido en el noroeste de Zamora

Ayuntamiento de Villar de Fallaves.

Ayuntamiento de Villar de Fallaves. / J. S.

Javier Sainz

A orillas del río Valderaduey, contiguas con la actual provincia de Valladolid, existieron en el pasado dos aldeas, muy cercanas entre sí, que se denominaron Villar y Fallaves. De ellas, la segunda terminó por despoblarse, quedando como recuerdo el topónimo de Santa Marina, que designa el pago sobre el que debió de alzarse su desaparecida iglesia. Se sabe con claridad que la santa mártir gallega fue la titular de ese templo, el cual perduró, tras la pérdida de sus feligreses, hasta el siglo XIX, reducido a la categoría de ermita.

Los datos históricos sobre Villar arrancan desde principios de siglo XII. Al parecer, las primeras menciones escritas se encuentran recogidas en el Libro de Privilegios de la Orden de San Juan de Jerusalén en Castilla y León. Otras, algo posteriores, se localizan en el Archivo de la Catedral de León. Preciso es saber que estas tierras pertenecieron hasta la mitad de siglo XX a la diócesis leonesa. Existió en la localidad actual, en Villar, un ancestral monasterio consagrado a San Vicente, el cual fue donado en 1123 a la mencionada Orden Hospitalaria por Pedro Gutiérrez. No está clara esa cesión, que acaso fuera temporal, pues siete años más tarde se repite esa entrega, ahora realizada por Velasco Muñiz y su esposa. En ese diploma se aclara que ese cenobio se ubicaba entre Villamayor y Fallaves. En 1169 se vuelve a repetir el legado, ahora firmado por el propio monarca Fernando II. Los dirigentes sanjuanistas incluyeron el lugar en la encomienda de Cerecinos de Campos, ligada a la de Benavente y Rubiales. La dependencia eclesiástica a la mencionada orden militar se mantuvo hasta el Concordato del año 1851. No obstante, señorialmente pasó a formar parte de los dominios feudales de los Velasco, Condestables de Castilla, integrándose en la Tierra de Villalpando. Por ello participó en el famoso Voto de la Inmaculada de 1466 y todavía sigue acudiendo fielmente una representación de sus vecinos a los actos festivos del 8 de diciembre.

En tiempos antiguos, la localidad debió de ser bastante mayor de lo que es ahora. Quedan testimonios sobre la existencia de una calle situada a oriente de la actual carretera, denominada calle de Copa, de la que en nuestros días nada perdura. El casco urbano ocupa unos espacios abiertos situados en la margen izquierda del río Valderaduey, prudencialmente apartados de su cauce. Ese álveo fluvial se presenta ahora rectificado y dragado totalmente, a modo de una zanja rectilínea. Antaño trazaba numerosos meandros, con charcas y cañaverales que dificultaban la escorrentía y propiciaban la aparición de fiebres. Ese expeditivo drenaje se realizó hacia 1944, mejorando con ello la salubridad del lugar. A cambio se perdieron las formas naturales, quedando amontonados los materiales extraídos de la excavación a ambas orillas del nuevo lecho, cual lomos terrosos rojizos y estériles. Con el paso de los años se ha disimulado en parte la artificialidad, ya que ha vuelto a arraigar la vegetación, con algunos chopos, sauces y tamarales, además de carrizos y espadañas. En las señaladas obras de canalización derribaron el puente de piedra que existía, del que decían que era romano, el cual constaba de tres arcos. Lo sustituyeron por el actualmente en uso, creado con hormigón, seguro y funcional, pero anodino, carente de la nobleza del perdido.

Accionados por las corrientes fluviales funcionaron dos molinos, uno a cada lado del pueblo. El de Arriba ha desaparecido por entero, sin embargo, del otro, del de Abajo, aún se conserva parte de su sinuoso caz y resisten parcialmente sus paredes. Junto a él prosperan hileras de álamos, de positivo efecto en el paisaje.

Villar de Fallaves (Tierra de Campos)

Iglesia de Villar de Fallaves. / J. S.

El núcleo urbano actual está formado por calles sinuosas, de las cuales la rotulada como de Hernán Cortés se la puede considerar como uno de los ejes básicos. Tradicionalmente estuvieron formadas por casas de tapial, muy reformadas en nuestros días o creadas de nueva planta. Se ha superado con ello aquel aspecto tan ocre de antaño, presentando ahora una sensación muy grata de modernidad. Cercano a las últimas tenadas, perdura, bien cuidado, un palomar tradicional. Muy hermoso en sus formas, posee un castillete central cuadrado al que se le agregan un par de cuerpos cilíndricos con tejados escalonados. A un corto kilómetro hacia occidente permanecen las antiguas bodegas, excavadas en un modesto cerro ahí existente. Se afirma que ocupan los solares de un arrabal que quedó yermo desde antiguo, manteniéndose algún tiempo la ermita de San Pedro, que debió de ser su recinto de culto. La mayor parte de esas cavas yacen abandonadas, con numerosos hundimientos en los lomos térreos superiores, los cuales generan hoyos traicioneros. Otras poseen pequeños merenderos ante sus puertas. Contiguos con ellas, aún se hallan los terrenos destinados a viñas y josas de frutales. Son retazos de tamaño modesto que debieron de quedar exentos de los procesos de concentración parcelaria. En épocas pasadas tuvo notable importancia la producción de vino, sufriendo un gran quebranto con la plaga de la filoxera.

En una encrucijada a comienzos de la calle del Pozo se ubica la sede del ayuntamiento. Ocupa un sobrio inmueble de dos plantas, de arquitectura funcional moderna, provisto de una torre esquinera en la que se exhibe el emblemático reloj público y el balcón del que cuelgan las banderas. Algunas de sus salas están destinadas a consultorio médico local.

Villar de Fallaves (Tierra de Campos)

Palomar en Villar de Fallaves. / J. S.

Desde el centro del pueblo, desde su Plaza Mayor, emerge con energía su iglesia parroquial de San Vicente. Justo por delante, en espacios ajardinados, se ubican un pequeño parque infantil y otro destinado para las personas mayores, con aparatos para hacer ejercicios físicos de mantenimiento. Tres exóticas palmeras y un pujante abeto agregan su gracia vegetal.

Centrando la atención en el propio templo, hemos de saber que el edificio que ahora vemos es sólo una parte del notable monumento que existió hasta 1958. Evocando su historia, comenzó a construirse a finales del siglo XV, sin duda sobre los solares de otro anterior, concluyéndose en el XVI. Surgió así un amplio recinto formado por una cabecera cuadrada y tres naves, con una gran torre y excelsa portada. En el señalado año de 1958 sufrió un derrumbe y en vez de restaurar los desperfectos generados dinamitaron las naves dos años después, para construir a continuación en sus solares un salón de cultos nuevo, pero mezquino, que entró en ruina en la década de 1990. La capilla mayor y la torre resistieron firmes, debido a su innata solidez.

Villar de Fallaves (Tierra de Campos)

Portada de la antigua iglesia de Villar de Fallaves. / J. S.

Decididos a una solución más positiva y noble, a comienzos del siglo XXI, tras derribarse el decrépito oratorio, crearon el actualmente existente, bendecido en el 2006. Aprovecharon para él la cabecera originaria, a la que agregaron una corta nave de nueva hechura, además de restaurar las demás partes supervivientes. Su arquitecto fue Julio Alberto Gazapo González. Por ello contemplamos la gran torre, a medias gótica y renacentista. Posee cuatro cuerpos, el bajo con una ventana abocinada decorada con florones y los dos superiores aligerados por ventanales geminados para sujetar las campanas. Como remate superior, además de un chapitel piramidal, dispone de gárgolas muy salientes, pináculos esquineros y celosías caladas. La portada, con diseños góticos, muestra un arco carpanel rodeado de archivoltas de la misma forma y una especie de gablete sobre el que campea la cruz de Malta, emblema de la Orden de San Juan. También encontramos un par de blasones. Remata el muro una preciosa crestería formada por arquillos entrecruzados entre esbeltos botareles. Esta portada fue realizada a partir de 1516 por los canteros trasmeranos Sancho de la Lastra y Pedro de la Maza.

Tras acceder al interior, la parte antigua, la de la capilla mayor, se techa con una preciosa bóveda de crucería estrellada. El retablo que engalana su altar es sólo una parte del grandioso conjunto que antaño hubo. Fue obra a medias de los talleres leonés y toresano. Trabajaron los escultores leoneses Juan Buega y Bautista Vázquez, éste discípulo de Becerra. Toresanos fueron los hermanos Ducete, Pedro y Juan. No obstante hubo un traspaso de trabajos y se hizo cargo de su realización Melchor Díez, el cual ejecutó gran parte de las piezas. Notable fue la armadura del coro, de un estilo a medias mudéjar y renacentista. Ahora se conserva en el Museo Nacional de escultura de Valladolid, tras haberla adquirido en el año 1962.

Villar de Fallaves (Tierra de Campos)

Ermita en Villar de Fallaves. / J. S.

El promotor de la renovación de todo el templo y de la instalación del gran retablo fue Fray Alonso de Fallaves, clérigo natural del pueblo y prior de la iglesia, fallecido en 1534. Está enterrado en un arcosolio situado en el propio presbiterio.

Un segundo recinto religioso perdura en el pueblo, la ermita del Santo Cristo de la Vera Cruz. Se halla solitaria, al otro lado del río, junto al camino antaño muy frecuentado, el cual enlazaba con la transitada Colada Zamorana, ruta ganadera que comunicaba la capital provincial con las montañas norteñas. A su lado se halla ahora el cementerio local. Es un oratorio construido con piedra, ladrillo y tapial, bien restaurado y mantenido en nuestros días. Posee planta rectangular y cuenta con un porche protegiendo la entrada, con un vano superior del que cuelga una pequeña campana. Su interior, de muros enjalbegados, aparece cubierto con una armadura sencilla de madera. Preside los espacios un retablo formado por un nicho trilobulado, enmarcado por un par de columnas de fustes estriados y con un copete en el que se reproducen los símbolos de la Pasión y, nuevamente, la emblemática cruz de Malta. Se cobija en él la imagen del Santo Cristo titular, posiblemente de finales del siglo XVI, al que se le rinde una intensa devoción. Famosas fueron antaño las procesiones que hasta aquí llegaban, sobre todo en las fiestas de septiembre, encabezadas por un esbelto pendón rojo y blanco.

El pueblo, en nuestros días ha superado el oscuro periodo de depresión y ruinas que padeció en la segunda mitad del siglo XX. Aunque ha perdido mucha población, se ha recuperado la esperanza, percibiéndose el porvenir con optimismo. Además de la agricultura, que aprovecha casi todos los espacios del término, funcionan explotaciones ganaderas. Las modernas naves existentes en la periferia local testimonian esa pujanza.

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