La Opinión de Zamora

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Adiós al padre de los “santicos”, Luis Hernández Silva

Tábara despide al señor Luis, contable de Mislo, cuyas manos dieron vida a las nuevas imágenes de San Blas y San Mamés

El señor Luis con las figuras talladas en la ermita. | Cedida

Tábara y los tabareses dieron un emotivo adiós a una de las personas más conocidas y queridas de la Villa: el señor Luis, un niño de familia humilde y sencilla nacido en las montañas de la antigua Encomienda de Castrotorafe, originario de Montamarta, allá en la Tierra del Pan, convertido en uno hombre errante que encontró posada y morada justo allí donde San Froilán y San Atilano iniciaron su camino hacia su santidad en el histórico monasterio de San Salvador.

Una vida larga

Luis Hernández Silva nació un frío día 1 de enero del año 1925 en el monte de San Cebrián de Castro, hijo de Julián y Salvelia de Montamarta: entre jaras, senderos de antiguas encomiendas y dehesas de la nobleza pasó niñez, adolescencia y juventud hasta que se enamoró de Isabel Hernández Vicente, hija de Eduardo y Leonila, también de Montamarta, nacida en 1936.

La boda tenía lugar el 22 de agosto de 1953 en la iglesia de Montamarta, formando una familia de la que nacieron cinco hijos, Eduardo (1954), Luisa (1957), Santos (1961), Luis (1962) y Delfín (1972), una familia unida y ejemplar que ha dado como fruto 7 nietos (Tamara, Antonio, Sandra, Azahara, Alicia, Eduardo y Lidya) y tres biznietas (Paila, Daniela y Valeria). Los Hernández Hernández son una familia so una familia muy conocida y apreciada en Aliste, Tábara y Alba.

Llegaba a Tábara hacia 1970 para vivir en la hoy Plaza de John Williams allí, a la vera del Scritptorium Tabarense de la torre alta y lapídea donde el maestro Magius y sus discípulos Senior, Emeterius, Monnius y la monja Ende dieron vida a algunos de los códices medievales más importantes del mundo como el Beato de Tábara.

Cruce de caminos y paso obligado, el bar del señor Luis fue parada y fonda de miles de zamoranos, sanabreses y gallegos por lo cual por todo el mundo tenía conocidos

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Tabarés de adopción y corazón se ganó con sus manera de ser, sencillo, abierto y trabajador, el cariño y respeto de todos sus paisanos, tras compartir con ellos durante 52 años sonrisas y lagrimas. No por ello renegó nunca de sus orígenes humildes que reflejó un uno de sus poemas más conocidos: “Al monte de San Cebrián (de Castro), / tierra que adoro y bendigo, / como mi tierra y altar, / por ser donde yo he nacido. / Del otro lado del cerro / hay una hermosa ladera / donde un uno de enero / vi yo la luz primer”. Se llamaba aquella la “Cuesta la Luna”, una hermosa ladera, donde entre jaras y encinas, puso su madre su cuna: “Me fueron a bautizar / del monte a San Cebrián / y de San Cebrián al monte / por un camino rural”.

Allí sintió por primera vez el aroma de las flores al llegar la primavera, a los pajaros cantar y a las mariposas de colores, bajar y subir volando sobre las ramas del monte que le dio la vida.

Fue él un hombre errante desde niño, una aventura que se iniciaba cuando sus padres decidieron migrar de la histórica Castrotorafe a tierras albarinas y cruzando el río Esla por el puente de las extrella se asentaron en la “Dehesa de la Encomienda” en la parte de Perilla de Castro.

Puente viejo (antiguo) al que siguió recordado hasta su ancianidad de cuando pasaba de un lado a otro corriendo, jugando con otros niños de “La Encomienda”: De un lado estaba el Mesón de la Pristila y del otro el Mesón de la Joaquina.

El señor Luis e Isabel formaron su familia asentándose en la Tábara donde regentaron de 1970 a 1990 el “Bar la Torre”, en plena travesía de al antigua carretera Villacastín-Vigo (Nacional 631), a la vera de la iglesia de “Santa María” declarada Monumento Histórico Artístico desde 1931 y Bien de Interés Cultural. Cruce de caminos y paso obligado el bar fue parada y fonda de miles de zamoranos, sanabreses y gallegos por lo cual por todo el mundo tenía conocidos y amigos el señor Luis que también fue contable en la Dehesa de Misleo.

Al jubilarse cerró el bar y se abría el estanco regentado por su hijo Santos convertido también en kiosco de prensa y administración de loterías y quinielas.

Quienes trataron y conocieron a Luis le definen como un “Hombre de buenas palabras y aún mejor corazón, hombre de poesía y de gran sabiduría y pura admiración por la lectura”. Gustaba de decir él, sentencia pura, que “Lo importante en la vida son los hechos, no las apariencias. La humildad, la honradez y la sencillez, oír y escuchar mucho (que es parecido pero ni mucho menos lo mismo), todo lo que se pueda: palabras y lecciones las justas”.

Luis Hernández Silva durante el proceso de tallado. | Cedida Chany Sebastián

Hombre inquieto y trabajador estaba lleno de inquietudes con manos llenar de arte que a lo largo de su vida fueron dando vida a todo tipo de esculturas, pues su pasión, a parte de rebuscar entre los entresijos de la historia, era labrar la madera y darle vida. “Entre el olor a madera y el de su barnices me críe, en la trastienda del bar la Torre: siempre me esperaba con un aguarda hija y con su mano acariciaba mi rostro cuando me instaba a que se sentará frente a su maquina de escribir para enseñarme o deleitarme entre sus teclas; de su viva voz me relataba maravillosos versos que yo lenta y curiosamente tecleaba. Se nos ha ido un trocito de nuestra vida y nuestro corazón” asevera su nieta Azahara.

Cada Lunes de Pascua Tábara se vuelve romera y los tabareses, vecinos (residentes) y emigrantes salen por la “Cruz del Perdón” camino de la Sierra de la Culebra para venerar a sus adorados santicos San Blas y San Mamés, imágenes cuya alma, corazón y vida se la deben al señor Luis.

Allí son ahora veneradas por los devotos pasándole un pañuelo a San Blas por su cuello (buscando la protección contra los males de garganta) y a San Mamés por sus rodillas, en busca de las sanación para las “manqueras” (roturas y dolores de huesos).

La romería de San Blas y San Mamés adelantaba su celebración una semana en 1971 a Lunes de Pascua. Así los tabareses de la diáspora que regresaban para Semana Santa podrían disfrutar de la fiesta romera sin tener que irse y regresar a los siete días, lo cual desanimaba a muchos.

En la década de los años noventa del siglo XX, entorno a 1993, los “santicos” originales eran robados de la ermita y nunca mas se volvía a saber de ellos. Sólo se recuperó la “Cayata” de San Blas que con las prosas se le cayó a los amigos de lo ajeno. La ermita tras ser saqueada dejó a los devotos tabareses sin sus principales protectores. Fue entonces cuando ante el hecho ignominioso varios vecinos decidían realizar otras tallas, un encargo que recayó en Luis Hernández Silva el cual se puso manos a la obra y sobre los recuerdos guardados en su memoria y una antigua estampa fue labrando la noble madera de peral tabaresa hasta que se convirtió en imágenes divinas que tras ser bendecidas fueron ubicadas en la ermita y son veneradas cada Lunes de Pascua. El Señor Luis es ya parte imprescindible de la historia de Tábara.

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