El Baile del Niño sucedió en un día con luz. El tiempo dio un respiro ayer en el municipio zamorano, que vivió de nuevo la esperada tradición tras un año de quietud debido a la pandemia.
El silencio se rompió al fin en Venialbo tras un año de prudencia. Regresaron los bailes y los danzantes, diez parejas ataviadas para la ocasión que recorrieron el trecho desde la iglesia hasta la ermita, de espaldas, como mandan las normas de esta procesión que ha ido evolucionando desde sus orígenes.
Una fiesta que ha juntado a los hijos de Venialbo, como ha transmitido el alcalde del municipio, Jesús Vara, sobre un día “muy representativo” para el pueblo, que sigue en su lucha por conseguir que esta procesión en forma de danza se reconozca como Bien Inmaterial.
Los nuevos aires inundan la tradición permanente en el Baile del Niño, al que acudieron inseparables como Alberto Jambrina, al mano de la melodía, o Marcos Almeida, que cumple 29 años bailando en honor al Niño. De lo nuevo, las parejas de niños que ataviados para la ocasión se empaparon de una tradición viva y de la que ellos representan las nuevas generaciones. Un relevo fundamentalmente femenino, pues la mujer ha pasado de no tener cabida en la antigua celebración a incorporarse hasta el punto de ser la mayoría de los danzantes.
Los demás acompañan, bien sea luciendo capa castellana o al paso de los participantes, pues el baile es de todos, explica el alcalde sobre una fiesta que atrapa tanto a los que quedaron en Venialbo, como a los que se fueron, pero que siguen acudiendo cada año a la festividad del Niño.
En época de mascaradas, la procesión se revela como un acto “único” de las fiestas de invierno que mantiene al pueblo vivo y demuestra que es el mundo rural el que enriquece la sociedad, un pequeño grano de arena que Venialbo se empeña en proteger para que perdure.
La lluvia dio una tregua, y a pesar del miedo y la prudencia, el Niño bailó al son de la música que anuncia que el fin del 2021 está a punto de llegar.
