El día 3 de diciembre de 1520 el ejército comunero, al mando de Pedro Girón y el obispo de Zamora, tomaron Villalpando, capital del señorío que Íñigo Fernández de Velasco, condestable de Castilla, tenía en Tierra de Campos. Se inició así una ocupación que se alargaría hasta la batalla de Villalar el 23 de abril del año siguiente.

Una villa comunera

Durante más de cuatro meses los vecinos de la villa terracampina protagonizaron un acontecimiento singular, escasamente conocido en la historia de la guerra de las comunidades y que puso en marcha una transformación profunda de la vida en la villa y tierra, que no tuvo continuidad. Ya al día siguiente de la toma, los representantes de los vecinos impusieron a los jefes comuneros el nombramiento de Bernardino de Valbuena, el joven capitán de la compañía de la Villalpando, como gobernador de la villa y alcaide de su castillo. Pocos días después, alcaldes, regidores y oficiales fieles a la comunidad sustituyeron a los que tenía designados el condestable e introdujeron cambios encaminados a lograr una mayor participación de los vecinos en la vida comunal, incorporando también a los moradores en las aldeas de la Tierra.

Por delegación de la Junta del Reino, las nuevas autoridades se hicieron cargo de las propiedades del señorío y empezaron a administrarlas de acuerdo con las necesidades de la Comunidad. Así, incautaron las alcabalas y los impuestos que, junto con la leña de la dehesa y el trigo de los silos señoriales, proporcionaron los recursos necesarios para financiar sus actividades.

Como cabía esperar, los partidarios del condestable, mayoritariamente hidalgos y clérigos, rechazaron someterse a una situación que consideraron una merma de su estado y un menosprecio de su señor. Algunos marcharon voluntariamente cuando los comuneros entraron en la villa y otros fueron desterrados por éstos, juntándose todos en Castroverde de Campos, donde establecieron su cuartel general. Desde este lugar, situado a unos 15 km, se dedicaron a fomentar un levantamiento y, como no lo consiguieran, no pararon en su asedio a los vecinos de la villa, especialmente a los moradores del arrabal de Olleros.

Camino de Villalar

Mientras Villalpando y su tierra participaban en una experiencia novedosa que podía servir como antecedente interesante a otras villas señoriales, el resto de Castilla vivía las consecuencias de un conflicto enquistado. Quedó demostrado que no eran una solución aceptable el acoso y los saqueos con que el obispo de Zamora castigaba a los lugares y castillos señoriales de Tierra de Campos, pero tampoco lo eran las negociaciones infructuosas que don Fadrique Enríquez, almirante de Castilla y señor de Medina de Rioseco, había iniciado meses atrás. De poco sirvió la mediación del nuncio del papa, del embajador de Portugal y de los superiores de dominicos y franciscanos; ninguno de ellos se ganó la confianza de los comuneros. A primeros de abril, los virreyes y la Junta del Reino constataron su fracaso y dieron por terminadas unas negociaciones en las que casi nadie creía y unas treguas que ni unos ni otros habían respetado.

Del lado comunero, Juan de Padilla tomó el relevo del obispo de Zamora, que había partido con su ejército hacia Toledo, y siguió atacando los lugares de los nobles, en especial los señoríos del almirante en los Montes Torozos. Tras ocupar Torrelobatón y el cercano Castromonte, el capitán general del ejército comunero se dedicó a pedir, en vano, refuerzos suficientes para enfrentarse con el ejército de los nobles. La pérdida del castillo de Torrelobatón fue el acicate que estimuló a los nobles a superar sus diferencias y buscar una solución conjunta. Desde ese episodio se dedicaron a reagrupar sus tropas dispersas y dotarlas con las armas compradas en Guipúzcoa y Vizcaya y con la pólvora que generosamente les enviara el rey de Portugal. Al mismo tiempo, lograron entorpecer el avituallamiento de las tropas comuneras e perjudicar gravemente el comercio con Valladolid y Medina del Campo. “Las indecisiones pueden asestar un golpe mortal a la causa que defendemos”, auguraba el abad de la villa ferial ante la impunidad con que la gente de los nobles atacaba y robaba a los medinenses.

El condestable, que por fin había logrado someter satisfactoriamente a la ciudad de Burgos, salió hacia Tordesillas con un ejército imponente (600 lanzas, 3000 infantes, culebrinas y cañones…). En su marcha tomó la villa comunera de Becerril de Campos, que entregó al saqueo de sus soldados, sembrando la inquietud en la cercana Palencia. El día 21 de abril su juntó con el almirante y su ejército en Peñaflor de Hornija, lugar cercano a Torrelobatón.

Los nobles habían logrado formar un gran ejército y su marcha sobre el cuartel comunero parecía inminente. Durante el día 22 Juan de Padilla, que seguía esperando los refuerzos de Valladolid, envió continuas patrullas de reconocimiento al campo enemigo y, ante una situación que se agravaba por momentos, decidió retirarse a Toro para reorganizar sus efectivos en cuanto llegaran los refuerzos prometidos.

La batalla

En la mañana del día 23 de abril de 1521, Juan de Padilla abandona el castillo de Torrelobatón con el ejército comunero y toda su impedimenta. Avisados los nobles, lanzan su caballería tras ellos y les alcanzan en Villalar, sin esperar la llegada de su infantería. No fue una batalla campal, de dos ejércitos frente a frente en posiciones consolidadas, sino de un combate desigual entre un ejército en marcha y otro al ataque. “Cansados por una marcha precipitada y sufriendo las molestias de la lluvia, los soldados de Padilla fueron fácil presa de la caballería enemiga”, resumió Joseph Perez.

Los comuneros de Villalpando y Villalar

En un primer momento, los comuneros de Villalpando, ocupados en la reorganización de la vida municipal, apenas prestaban atención a los acontecimientos que se producían en otros lugares. Tan sólo les molestaban los partidarios del condestable con sus constantes intrigas y acosos. Sin embargo, en cuanto los nobles empezaron a reorganizarse tomaron conciencia de peligro que les amenazaba.

Ante los rumores de la marcha sobre la villa por parte del conde de Haro, hijo del condestable y capitán general del ejército de los nobles, las autoridades comuneras ordenaron la recogida de provisiones tanto en la villa como en las aldeas de la tierra, y el refuerzo de las defensas del castillo y de las murallas. La participación de los vecinos fue incondicional y contó con la colaboración destacada de los clérigos de San Lorenzo y de la gente del arrabal de Olleros. Esas actividades se reactivaron cuando llegó la noticia del saqueo de Becerril de Campos, pues parecía un anticipo de lo que podía sucederles si el condestable decidían recuperar su villa. Peñaflor de Hornija dista tan sólo 42 km de Villalpando. Por eso, se prepararon para defenderse.

Probablemente, en la misma tarde del día 23, conocieron la derrota del ejército comunero. Lo cierto es que al día siguiente Bernardino de Valbuena partió con su compañía hacia Toledo, según declararon unos meses más tarde los testigos del proceso contra los comuneros de la villa. Por su cargo de contador de la compañía, resulta especialmente relevante el testimonio de Juan Ruiz Maladino, que proporciona una descripción detallada del itinerario seguido, al contabilizar los lugares en que se produjeron deserciones: Castronuevo, Zamora y Salamanca.

Los comuneros de Villalpando no estuvieron en Villalar; permanecieron en su puesto y, cuando esto ya no fue posible, se dirigieron a Toledo para mantener viva la causa comunera junto al obispo de Zamora y doña María Pacheco. Compartían la esperanza que siglos más tarde recordó el gran historiador de las Comunidades de Castilla, Joseph Perez: “Afirmémoslo una vez más: nada se decidió en Villalar. Toledo seguía manteniendo la antorcha de la revolución y podría tener esperanzas de trasladarla nuevamente, como había hecho ya antes en el mes de enero, al norte del Guadarrama”.