Una cuadrilla de siete personas, dirigidos por Alcino Manuel Saldanha, está centrada estos días en el descorchado en el alcornocal de Fornillos de Fermoselle, que pasa por ser una de las masas más sobresalientes del Parque Natural Arribes del Duero. Son unas 200 hectáreas de terreno que acogen más de 30.000 alcornoques y que, por su elegancia, ofrecen una estampa digna de los folletos turísticos. “Es un paisaje muy bonito, y algunos domingos vengo a disfrutarlo” expresa el lusitano Alcino, corchero de toda la vida y propietario de una buena parte del alcornocal de Fornillos.

“Un buen alcornoque puede dar una producción de 300 kilos, pero ha de ser bueno y tener por lo menos 700 años” manifiesta. “El corcho bueno, de grueso y de calidad, se destina a tapones para botellas de vino de selección, y el resto para moler. El bueno debe tener tres o cuatro centímetros, y el molido es para formar planchas de “corticine”, que se utiliza en las viviendas” añade Saldanha, que utiliza un machado de 15 años, la principal herramienta. Es forjada de manera artesanal por herreros que trabajan a la antigua porque necesita el temple perfecto para no partirse. “Un machado pesa sobre kilo y medio. Los que empiezan a descorchar utilizan uno más leve. Y cuando se come se afila. Puede durar, si tienes cuidado, lo mismo que su dueño. La vida de una persona” dice. Se acompañan los trabajadores de una estaca de madera que sirve para incrustarla en la corteza cortada para despegarla del tronco o de los principales cañones del árbol, que también son despojados de lo que denomina “bornizo de verano”. Esta capa apenas tiene valor y que es retirada para que en años posteriores críe una corteza válida. Algo que no realizan los que solo van “a ganar perras”, y que se ocupan solo de lo bueno.

El destino del corcho es Santa María da Feira, una de las fábricas “del dueño mundial del corcho”: Américo Ferreira de Amorim, que falleció en 2017 y cuyo imperio sigue adelante con sus hijas. Alcino repara en que “el precio es muy malo en este momento. Ya sacado, sobre 85 o 95 céntimos”. Años atrás “se movió un poco porque los chinos querían lo delgado y bueno, no sé para qué, pero había exportación y se movió el precio”. Con la incursión del coronavirus la exportación se cerró y también las fábricas, lo que ha repercutido en el precio.

La cuadrilla se reparte por unos o dos árboles y mientras uno o dos se encaraman al ramaje, para dedicarse al corcho de los grandes ramales y al bornizo, otros se centran en el gran tronco. Realizan cortes de cirujano porque van abriendo brecha siguiendo una línea, de modo que cada golpe sigue el curso del anterior sin desviarse un ápice. “Hay que tener cuidado al descorchar porque si se bate con el machado demás se queda una marca que permanece a medida que crece el corcho” indica el corchero. Es una tarea de profesionales. No faltan, empero, lesiones, y algunos lo demuestran en sus dedos.

Alcino Manuel insta al cuidado de las masas”. Sugiere que, con ayuda de la administración, un pequeño grupo de personas se dediquen a limpiar de maleza el alcornocal porque, de lo contrario, “al final se muere”. En su criterio “debería ser una obligación tenerlo limpio porque del final será triste”. “Hay alcornoques a los que llevo la tercera saca, y cada saca tienen el corcho más flaco”. Que sabe de lo que habla lo demuestre el hecho de que, al hacer la estimación del corcho de un árbol, “no falla” afirma el ganadero Manuel Bárbulo.