Unas sesenta personas asistieron ayer a la misa en recuerdo de las 144 personas de Ribadelago fallecidas hace 60 años, por la rotura de la presa de Vega de Tera, oficiada en el templo por el párroco Miguel Ángel Fernández Orduña. Con sus palabras cálidas "todos los años nos reunimos en recuerdo de nuestros hermanos" reconfortó, una vez más, a los familiares y supervivientes de la catástrofe que no caen en el olvido sino que "están en nuestro recuerdo". En su memoria se encendió el cirio Pascual, mientras la imagen del Niño Jesús en las escaleras del altar recordaba las fechas de la Navidad. Con recogimiento interior, los asistentes escucharon el sermón "por los hermanos nuestros que murieron en esa catástrofe".

Al finalizar la misa, los vecinos se trasladaron hasta el monumento a las víctimas en el pueblo viejo, donde se procedió a la ofrenda de flores conmemorativa de este día. El alcalde, José Manuel Prieto, dirigió unas palabras de reproche por la diferencia de la situación de hace 10 años, cuando se recordó el 50 aniversario "cuando se prometieron tantas cosas incumplidas. Muchas promesas pero nos dieron con la puerta en las narices". De un Ribadelago lleno a un Ribadelago casi vacío y suspirando por las inversiones prometida e incumplidas. El alcalde reiteró el compromiso de realizar el Museo de la Memoria por la "deuda contraída con Ribadelago que no tienen nada que ver ni con la demagogia ni con la política" y agradeció a los divulgadores de los medios sociales su papel de reivindicación por Ribadelago . El periodista Javier Pérez Andrés recogió el testigo de seguir en la reivindicación "en un día especial para vosotros".

Si el pasado año, la copiosa nevada presidió la atmósfera del 59 aniversario, este año era el sol que regalaba casi 11 grados de temperatura exterior. El único fenómeno meteorológico adverso era la nube de humo descontrolada que cubre la Sierra Segundera desde hace tres días por un incendio que "aquí no vienen ni a apagar los incendios" se lamentaba una vecina, que ubicaba el punto en Playa Cueva o cerca ya de Trevinca.

Los vecinos están dolidos y prueba de ello eran las palabras del que fuera alcalde pedáneo, Alfredo Puente, muy molesto con que el Museo Etnográfico, en Zamora, programara unas charlas "que se podían haber hecho aquí. Si quieren hacer algo por nosotros que se haga aquí, que tenemos local".

Manoli Alonso fue una de las personas que ayer asistió a los actos de la mañana para dar gracias de que su padre Francisco Alonso no murió en la riada. "La primera persona que subió con la Guardia Civil hasta la presa fue mi madre para ver si mi padre estaba vivo" era uno de los vigilantes de la presa.

Asegura esta mujer, convaleciente de una enfermedad, que "a los niños se nos trasmitió una infancia con tristeza y soledad, y se nos trasmitió miedo". Apuntando a las montañas "a mí me daban miedo me parecerían que eran enormes y que se iban a caer encima". Manoli Alonso nació un año después, en 1960. Con ironía dice que "soy de las pocas que tiene algo que celebrar, que mis padres no murieron".

El alcalde pedáneo Miguel Ángel Fernández Fernández, consideraba como una prioridad "terminar las obras del abastecimiento del pueblo y poner puntos de luz que faltan en el pueblo viejo". Para la Consejería de Fomento también hay tarea pendiente en la carretera del Lago "terminar de instalar los quitamiedos en Custa Llago y a la altura del chalé de Cabestany". Cada vez "hay menos señal de Internet" otra de las mejoras que reclama el pueblo desde el siglo pasado. Fernández considera que antes de la primavera comenzarán a ejecutarse las obras del Museo de la Memoria "si la Diputación Provincial de Zamora concede el dinero que prometió".

La lista de quejas es amplia para los vecinos de Ribadelago: "no se puede pescar, no se puede cazar. Todo son prohibiciones", denunciaba uno de los vecinos. Las familias hubo épocas en que para vivir iban a pescar al Lago y al río. "Ahora no podemos pescar ni bogas en el río, ni peces, ni barbos hasta junio". Antiguamente se sacaba un permiso por 25 pesetas para poder pescar con red. La pesca, preferentemente las bogas, se vendía por todos los pueblos, hasta en Cobreros.

Al Ayuntamiento le reclaman la limpieza del hielo de calles como la de Guadalquivir en el pueblo nuevo, donde una escorrentía de agua procedente de un muro vierte a la calle donde hay una pista de hielo de alto riesgo para los vecinos del barrio, de edad avanzada y que temen caídas.

El desaparecido Manuel Fernández González era uno de los administrativos de Moncabril que se encontraba el día de la rotura en el pueblo de Prada. Sus familiares evocan sus recuerdos. Se había casado el 22 de noviembre de 1958 y estaba de permiso de bodas en Ribadelago, pero unos días antes había ido a la oficina a pagar las nóminas.

Esa mañana los jefes llamaron "a los de Ribadelago". Los trabajadores estaban pensando "ya verás la bronca que nos van a echar porque nos hemos dormido". No fue una bronca, fueron las peores noticias. Rápidamente se buscó trasporte para esos trabajadores que tenían familia en Ribadelago.

Al llegar a la carretera, de donde no podían ni les dejaban pasar, a Manuel le comunicaron que su mujer, su madre y sus hermanos estaban bien. A otros compañeros les anunciaban los peor: "a tu mujer y a tus hijos los embarcaron".

Los nervios y la ansiedad que podía sentir Fernández con su familia se vivía de una manera, mientras que su mujer y su madre se encontraban en medio del desastre. Su esposa había levantado a su madre de la cama al sentir las campanas "no es fuego, es agua". El agua barrió la casa y las dejó colgando "no es ni fuego, ni agua, es el fin del mundo" afirmó la mujer.

"Esto no es una fiesta"

El vecindario está dolido. Cuando se conmemoró el medio siglo de la muerte de los vecinos "algunos vieron esto como una fiesta". No hubo ni una palabra de recuerdo y agradecimiento "a vecinos como los de El Puente que acogieron a la gente, que les dieron ropa y comida, o a todas aquellas personas que pusieron sus coches a disposición de las víctimas".

Los "jerifaltes" nunca estuvieron a la altura de las víctimas de la tragedia, ni los días antes a la rotura, ni en el 50 aniversario, ni ayer. Manuel Fernández oía por teléfono, una y otra vez y de manera insistente, a los comporteros de la presa avisar a los responsables de las obras que estaba saliendo agua de la pared de la presa.

La respuesta de esos jerifaltes fue "¡qué queréis que la recojamos con cestos!". Por no recoger el agua a cestos o a cubos hubo que poner nombre a 144 vecinos muertos.