Da gusto ver los pueblos zamoranos en verano. Ya, ya sé que pronto vendrá el otoño y después el invierno y la cencellada, pero vamos en estas semanas a disfrutar de lo que tenemos. Y tenemos vida en la calle, niños y jóvenes que van y vienen sin que nadie, más que ellos, sepa qué hacen. Risas, bicicletas, gritos y actividad.

No hay localidad por pequeña que sea -¡pero si hasta Bamba, que cabe en la palma de una mano, vive de conferencia en conferencia!- que no programe charlas, gincanas, bailes tradicionales, juegos para niños? y veladas flamencas, ¿se han dado cuenta? El jondo y sus aledaños tienen en esta provincia su mejor embajador fuera de las comunidades del sur de España.

Este verano, además, como la cosecha de cereales ha sido buena, hay más alegría en los pueblos y se nota. Los agricultores han cambiado el rictus y hasta sonríen, mientras miran de reojo los precios del grano en la mesa de contratación de la Lonja que, afortunadamente, siguen al alza.

Hay que aprovechar esta clima en el ámbito rural para tomar oxígeno y reivindicar una forma de vida que empieza a estar ya solo en las páginas de los libros y en los recuerdos. El neorruralismo busca un hueco pero la lástima es que no haya prendido en los que, de verdad, son de pueblo y se esté quedando en un deseo de urbanitas.

Vivir en el campo fuera del verano tiene mérito y supone una aportación a la sociedad, hasta ahora impagable. Volvamos a la realidad: resulta imprescindible que la Administración pague a quien vive en el ámbito rural. Pero no porque sí. Es de justicia reconocer que compensa el dispendio de todo tipo que hacen las ciudades. Píenselo y mientras tanto disfruten, que ya queda poco de verano.