El segundo espante de toros de Fuentesaúco congregó, como es habitual, a una concurrencia de miles de personas en torno al prado de La Reguera. Llegan los aficionados atraídos por un espectáculo que, en esencia, enfrenta a un grupo de novillos de temple bravío con una masa de personas parapetadas ante las puertas y que, con arrojo y destreza, impiden que astados conducidos como rayos por cuatro decenas de jinetes alcancen este punto de salida y se fuguen del gran prado.

Algo imposible hoy día para los toros porque este portillo permanece cerrado a cal y canto hasta que, pasada una hora de puntuales confrontaciones, se permite sin oposición alguna el escape.

El espante de ayer vino marcado por la pasividad o nobleza del primero, organizado el sábado, que no dejó en toda la campa ni una arremetida, acometida o percance reseñable, de modo que los comentarios de los pacientes espectadores se resumía en buena parte de los presentes en la frase: «lo que la gente quiere es movimiento». O «al que no le guste el espante, tal cual es, que no venga». Esta disparidad tuvo su plasmación en que ayer se dieron abucheos y aplausos.