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Zona Oeste

Milagros de Alejandría

Tasio, Domingo y José, los últimos moradores

Milagros de Alejandría

tasio González, Domingo Fernández y José Manzanas, como si del mítico "Fuerte de Baler", allá en Filipinas se tratará, ellos ahí, a un paso, en Aliste, se han convertido en "Los últimos de Villarino", alma, corazón y vida de un pueblo que junto al Cebal llego a sumar 151 vecinos, hace 106 y hoy, muy a su pesar, ha visto reducido su presencia humana a solo tres personas. Ayer las campanas de San Bartolo volvieron a encordar despidiendo a uno de quienes ayudó a labrar su historia. Gregorio González Salvador se fue a sus 93 años con su Dios. Hombre bueno de un pueblo de muy buenas y acogedoras gentes.

Atrás, en la memoria quedan aquellos tiempos de grandeza cuando por sus calles corrían los rapaces y los hombres iban de concejo. Allí, por 1752, dos tejedores de paños, daban forma a la lana de oveja castellana negra como alma y materia prima de la capa Parda alistana de honras y respeto.

Santa Catalina de Alejandría apenada llora hoy en su reino celestial sumida en la tristeza y soledad del pueblo que tanto la veneró con su cofradía de pastores y zagales alistanos, sedentarios y trashumantes. Aquellos que ya por 1607 cada 25 de noviembre acudían a pedirle ayuda divina. Aquellos que le construyeron su ermita y por entrar en la hermandad pastoril pagaban un cordero. Deberes. Sí. Y también derechos: a recibir en la fiesta pastoril de otoño una libra de carne guisada o asada, puchero de chanfaina y danzas al ritmo de gaitas, dulzainas y tamboriles hasta llegar el alba para cantar la alborada. Catalina fue soldado y mártir y a ella se encomendaban los mozos del pueblo y los pastores y zagales por San Pedro (29 de junio), en su trashumancia a la Sierra Segundera hasta La Natividad (8 de septiembre) y cuando tenían que dejar mochila, "cayata" y ovejas para luchar en guerras que nunca fueron las suyas, África y Cuba, con una cinta al cuello, que antes había procesionado con la de Alejandría. Villarino vivió, vive y quiere sobrevivir. Mal que nos pese nuestros pueblos agonizan, el éxodo rural les ha condenado a la triste muerte del olvido.

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