El sobrecogedor miserere alistano, en décimas, de corte barroco y popular, que ha sido y es el alma, corazón y vida del Santo Entierro de Bercianos en Viernes Santo y de las procesiones de «La Carrera» en Jueves Santo en los pueblos colindantes entre la Sierra de la Culebra y Portugal, para muchos un «tema popular», es obra de Manuel Azamor y Ramírez. Se desmiente así la atribución de la obra, como se ha venido creyendo desde hace más de dos siglos, al célebre predicador fray Diego José de Cádiz, un capuchino que recorrió España a finales del siglo XVIII convenciendo con su verbo apasionado a miles de personas en sus famosas misiones. Así lo afirma Joaquín Díaz González, presidente de la Cátedra de Estudios sobre la Tradición Popular de la Universidad de Valladolid.

En declaraciones a La Opinión-El Correo de Zamora, el etnógrafo zamorano Joaquín Díaz asevera que «ese miserere que ha tenido versiones musicales también muy antiguas, aquí en concreto, en Bercianos, es un miserere del siglo XVIII, que probablemente antes se cantaría otro, pero a partir del XVIII se canta el miserere alternando el latín y el castellano pero en la versión que compone y que escribe un obispo sevillano, que llegó a ser arzobispo de Buenos Aires, Manuel Azamor y Ramírez que se ha atribuido, durante muchísimo tiempo a un predicador fogoso que se llamaba fray Diego José de Cádiz, pero en realidad no es de él».

Afirma Joaquín Díaz que «la intuición que yo tenía de que debía de ser de un poeta más fino que fray Diego José de Cádiz, la he constatado, buscando las primeras ediciones. Con la edición de 1785 de Manuel Azamor publicada en Antequera. Y a partir de ahí todas las ediciones hasta 1801 que es cuando comienza a atribuirse a fray Diego, cuando en realidad eran de Manuel Azamor, firmadas por él. Es un canto bellísimo y de una delicadeza en la expresión poética y muy de aquí en cuanto a la música. Es una música muy silábica, con adornos que le van muy bien».

El creador de la Fundación Joaquín Díaz en Urueña, Valladolid, asevera que el miserere «es un canto de un salmo que tradicionalmente la iglesia mantuvo dentro de la liturgia de la Semana Santa interpretado en la mañana, durante el oficio de Laudes del Jueves Santo. En algunos sitios ha cambiado y en otros no». El salmo 50 o 51, según algunas tradiciones defiende Díaz, «es el salmo del arrepentimiento por excelencia, porque trasmite las palabras del rey David cuando ante un profeta se confiesa de sus pecados y de haber mandado a la muerte a su capitán general porque está enamorado de su mujer. Ese apiádate de mí Dios mío, perdóname según tu misericordia y demás, es un canto muy poético que ha llamado la atención de muchos poetas, que han hecho lo que se llamaban antiguamente glosas o contrafactum».

Cree Díaz que «probablemente no es casualidad que, tras la muerte del capuchino, considerado como santo en vida y a quien su biógrafos achacan hechos considerados como milagrosos, algún seguidor fervoroso se aprovechara de la popularidad de la tradición para incluirla en la bibliografía abundante de fray Diego José ya que el texto, espiritual e inofensivo, solo era expresión de un a religiosidad sin tacha y mostraba, a través de veinte preciosas décimas, el fino sentimiento y el sincero fervor de un prelado (se refiere a Manuel Azamor y Ramírez) al que circunstancias políticas y terrenales alejaron de su propio país».