Vegalatrave de Alba aprovechó la tarde y noche del «Sábado Gordo» para recuperar la mítica y ancestral mascarada del Toro del Antruejo, una tradición que llevaba sin celebrarse más de treinta años, con lo cual la fiesta pagana se convirtió en un encuentro intergeneracional donde los las nuevas generaciones volvieron a sus raíces, gracias a la iniciativa de la asociación cultural «La Vega».

Hombres y mujeres, niños jóvenes y mayores, vecinos y forasteros, nadie quiso perderse el reencuentro con las costumbres comunales como fuente de hermandad y convivencia. Padres que ya empezaban a olvidar su pasado, niños muy atentos a las enseñanzas de sus abuelos: jolgorio puro desde las seis de la tarde a las cinco de la mañana.

Coincidiendo con «La Anochecida», cuando el sol se pone camino de Constantim, por Portugal, la música de dulzaina del grupo folklórico «Hijos de Cabezo y Belver» de Domez y Samir de los Caños, endulzaba la celebración con añejas tonadas. El Toro del Altruejo hizo su aparición, esbelto, cuernos de buey, cuerpo de paño, rabo trenzado de serdas sujetando el cencerro, bajo el tronar de los cohetes y olor a pólvora quemada.

Hombres de capa parda alistana, ahora sí, vieja, aquella que de nueva fue traje de boda y luto de entierros y procesiones penitenciales de Semana Santa. Mujeres de coloridos trajes, variados, alistanos y albarinos. zapatos de oreja, mandiles y bantales, manteos y gabachas, para lucimiento de mujeres que danzaron delatando que lo que antaño fue gloria festiva puede volver a serlo tras dormir el sueño de los justos en los baúles.

Corridas a la vera y ribera del río Aliste, del pesado y corpulento toro amagando con su cornamenta de pura raza «Alistana», acompañado por la «Vaca Antrueja», peleando entre sí, persiguiendo.

Paso a paso, sin prisa pero sin pausa, por calles, plazas y coladas, de casa en casa, aderezando la fría tarde con algún trago de aguardiente y buen vino, endulzando paladares con las tradicionales fiyuelas de huevo y azúcar. Al pasar frente al «Sagrao» las campanas de la iglesia de San Lorenzo Mártir, recordaron a toro y vaca que pisaban tierra sagrada. En verano las campanas se tocaban para ahuyentar las tormentas de truenos, piedras y relámpagos, en Antruejo y San Esteban, no para ahuyentar a los personajes demoniacos, sino para advertirles de donde estaban. El Aliste y Alba los diablos respetan lo sagrado y entran y rezan en casas e iglesias. Tras recorrer hasta el último rincón del pueblo sembrando la tradición y cultivando la convivencia la Casa Concejo acogía la cena a base de productos de la tierra asados a la brasa y vino de hecho con uvas de Rotacalera. El concejo, por su parte, ofreció a los vecinos la tradicional convidada popular de pan y escabeche.

Vegalatrave recuperó el Toro de Antruejo y reabre las puertas a las mascaradas en la Tierra de Alba donde ya no pervivían en ningún pueblo. En Manzanal del Barco antaño la protagonista del Martes de Carnaval era «La Vaquilla», cuyo cuerpo se asentaba sobre dos varales de cernir harina coronados por un esqueleto de vaca con sus cuernos cubriéndose con un cobertor. La víspera del Miércoles de Ceniza se daba la bienvenida a la Cuaresma, despidiendo a don Carnal, con el entierro. Se hacía una lumbre en plaza z con «Ataderas» (pajas de centeno utilizadas el verano anterior para atar los manojos de trigo y cebada). En el fuego se echaba un pellejo de vino viejo. Compuesto de piel y pez, cuando empezaba a arder se le clavaba un varal y se elevaba a las alturas, procesionando con el bajo el tronar de los cencerros, hasta «La Era» donde era sepultado. En Videmala «La Vaca» salía en el Antruejo acompañada de la Madama, que llevaba un «niño» (un perrito adornado con mantila), y el Galán, mientras los quintos lucían traje de militar que les prestaban otros ya licenciados. La vaquilla albarina perseguía y «Escornaba» (embestía), metiendo miedo a todos con predilección por mozas y rapaces. La tradición es sabía y resurge de sus cenizas. En tiempos de olvidos y memorias cuesta arriba, agradece un empujón, para renacer.