El verano se encamina hacia un final que siempre parece lejano y lenta, pero inexorablemente se acerca y llega antes de poder darse cuenta de ello. Qué mejor remedio para combatir el calor que un chapuzón en un agua limpia y fresca que permita sobrellevar las altas temperaturas que se están dando en las últimas semanas del mes de agosto. Sin embargo, el descenso del nivel de agua en el embalse de Nuestra Señora del Agavanzal ha provocado que ya no esté permitido el baño, al estar el agua demasiado hacia dentro en la cuenca del embalse.

Es el caso de varios jóvenes vecinos de la cercana localidad Olleros de Tera, irrigada por las aguas del embalse, que lamentan no poder refrescarse en las aguas del embalse y tener que volver a su pueblo tal y como salieron. “Cada día lo están bajando más y ya no nos podemos bañar, porque aunque llega el agua ya no puedes meterte”, denuncia un joven.

En el embalse de Nuestra Señora del Agavanzal el nivel de agua es 7 hectómetros cúbicos más bajo que el año pasado en la misma fecha. Es decir, ha perdido casi un 20% de su capacidad en tan solo un año. Actualmente el nivel de agua se encuentra en 26 hectómetros cúbicos, por los 33 del año pasado y los 36 de capacidad total que puede albergar este embalse, que lleva conteniendo agua desde el año 1994 cuando acabaron las obras de construcción de la presa.

Este embalse suponía, además de su función práctica para el regadío, un atractivo turístico y de ocio para multitud de personas mucho más allá del Valle del Tera, que decidían acercarse en bicicleta o en su coche a darse un chapuzón o a pasar el día en un paraje natural que roza muy de cerca lo idílico. Sin embargo, ahora la situación es otra, y ha tomado un cariz particularmente trágico, pues el agua poco a poco sigue retrocediendo como si se tratara de un mar que se aleja de la playa varios kilómetros como antesala de un tsunami, de un desastre que está a punto de desatarse y nadie puede hacer nada para evitarlo ni remediarlo.

Ahora, ir en bicicleta hasta el embalse del Agavanzal es pedalear hacia un área que hasta hace no mucho tiempo estaba completamente cubierta de agua y ahora es un amasijo de rocas secas y un suelo cuarteado que genera una estampa lejos de lo paradisiaco que desde siempre Nuestra Señora del Agavanzal brindaba a todos sus visitantes y les daba la bienvenida con unas frías aguas en las que descansar y refrescarse.

Cada día que pasa la línea que marca el nivel que algún día alcanzó el agua va quedando más lejos y, de igual modo, el agua se adentra más y más en la cuenca, dejando tras de sí una estela de sequía que no hace sino entristecer una zona que un día fue verde, plagada de vida y que poco a poco sigue muriendo.

Ya no solo se trata de sus consecuencias para agricultores, que ya notan los efectos negativos de la falta de abastecimiento de agua ante el progresivo vaciado de los embalses, ni tampoco el riesgo que supone un embalse sin agua en una época en la que los incendios forestales están a la orden del día. Los embalses suponen un gran atractivo turístico, y no solo para el embalse y sus alrededores, sino todos los pueblos de la zona, en los que antes o después los visitantes del embalse terminan recalando y consumiendo en los negocios locales, con el consiguiente desarrollo económico de una zona necesitada y a la que este incentivo le vendría ‘como agua de mayo’.

Quién sabe cuándo volverán las lluvias y todo podrá volver a su cauce normal y mantenerse en un nivel aceptable. Lo que sí está claro es que este verano ha quedado evidenciado que el agua en los Valles de Zamora no es una prioridad para algunos y son los habitantes de los pueblos de alrededor los que sufren las consecuencias de estos vaciados de los embalses, sufriendo sequías, sin poder regar sus cultivos o realizar menesteres tan baladíes como ducharse o poner una lavadora a cualquier hora del días. Ahora el verano se dirige hacia un inevitable final, cuando los cielos comienzan a reponer el agua que se perdió, o que alguien hizo que se perdiera, dejando a Zamora sin posibilidad de disfrutar de lo que un día fue un paraíso.