Diez rutas jacobeas en cinco años. Iván Bragado, deportista benaventano discapacitado por las secuelas de un tumor cerebral, es uno de esos ejemplos de superación en los que se unen la vida y el deporte. A mediados del mes de agosto emprendía el viaje a su décimo Camino de Santiago, dentro del proyecto Discamino, que nació para unir Discapacidad y Camino de Santiago, ayudando a personas con problemas a cumplir su sueño de llegar a Santiago. Iván forma parte de este proyecto desde hace diez años y asegura que para él las personas que forman parte del mismo son parte de su familia.

A lo largo de las últimas semanas ha realizado trece etapas de diversa dificultad entre Pamplona y Santiago. “Ha sido muy diferente este año por el tema del COVID. Nos hemos encontrado muy solos por el camino, apenas hay peregrinos con los que compartir experiencia, ni siquiera en los pueblos y lugares donde hemos parado. Ha sido muy diferente a otras veces”, explicó Iván, quien recordaba ayer, ya en casa, sus sensaciones en este recorrido de superación. “En Astorga una vecina decía que le daban ganas de llorar de ver los pocos peregrinos que este año estaban haciendo la ruta”.

Iván considera que con el tiempo su modo de afrontar el camino ha ido cambiando puesto que ya tiene una experiencia que le hace más fácil afrontar el recorrido, además del entrenamiento prácticamente diario que realiza, y “mi mentalidad ha cambiado”, asegura. “No es ya una competición, ahora es diferente. Yo ya conozco los sitios por donde voy y también conozco a los copilotos que van conmigo y sé cuándo tengo que pedalear más o menos, y cómo afrontar cada etapa. También he cambiado el modo de pedalear. Pero, sobre todo la mentalidad. ES un camino en el que lo que nos importa ya no es la competición en sí sino es poder también ayudar a otros”, asegura.

Iván en esta ocasión ha realizado el recorrido con otros cinco discapacitados de distintos puntos de la geografía nacional y acompañados por seis copilotos, además de conductores y equipo de apoyo. Ha hecho mención especial a dos de los aventureros que este año se iniciaron en esta práctica, Arturo e Isabel de 66 y 77 años respectivamente. “Para mí es sorprendente que Isabel, con 77 años haya realizado esta aventura. Es una satisfacción”.

También puso en valor la labor de “los verdaderos héroes de esta aventura, la gente de Discamino que hacen que esto sea posible. Este camino es una experiencia que te hace mejor persona. Los pilotos que dedican su tiempo a que nosotros podamos hacer estas cosas, para mí son los verdaderos protagonistas. El tiempo que dedican a estar con nosotros es impagable. Lo más valioso que tenemos es el tiempo y ellos en lugar de estar con su familia lo dedican a estar con nosotros”. Tal es así que reconoce que a Javier Pitillas, padre de esta iniciativa junto a su amigo Gerardo, le llama “mi padre gallego” y a Fati, otra copiloto, “la madre gallega”. Explica que “he compartido tantos kilómetros con ellos que son muy importantes para mí, es gente que ayudan a otros a ser felices”.

También ha querido recordar anécdotas de las etapas en las que eso de ir el primero, le ha supuesto hacer más kilómetros. “En una de las etapas pasamos de largo el desvío de Villafranca del Bierzo y llegó un momento que decidimos dar la vuelta a reunirnos con el grupo. Otros días, como llegaba el primero, para no estar parado íbamos al encuentro de los compañeros y en alguna ocasión nos gritaban que Santiago estaba para el otro lado”, recuerda riéndose Iván.

Tras asimilar esta nueva experiencia ya se prepara para un nuevo reto que no quiere desvelar aún y que lo fija para el 2022. “Necesito entrenar mucho y me he comprado una bicicleta adaptada como la que utilizo para hacer el Camino. Ya cuento con 30 personas que son voluntarias para hacer de copilotos en mis días de entrenamiento”.