Si no apretamos los pies y tensamos los músculos del cuerpo para convertirlo en encina vieja de erial calizo nos llevará el vendaval. O nos agostaremos en esas tardes estivales donde el fuego viene del cielo. Si no nos tapamos nos quemará la helada y el calendario nos transformará en estatuas de sal antes de tiempo. No nos podemos rendir, Zamora no puede tirar la toalla. Se lo debemos a nuestros padres, a nuestros abuelos, a los genes labrados en mil cuitas.

Zamora, ahora, parece hueco huero que espera losa prieta para ocultarse. Pero ya ni picapedreros ni enterradores quedan en Zamora, por eso estamos obligados a levantarnos y salir corriendo para que no nos coman los buitres. Vivimos en esa franja de añadido donde el corazón late por inercia, pero late. Vamos a aprovecharlo y agarrarnos con fuerza a los asideros.

Y los asideros son hoy más visibles que ayer: la Diputación impulsa el proyecto de la biorrefinería de Barcial con la compra de los terrenos, Caja Rural y Zamora 10, erre que erre, siguen empeñados en sacar adelante Monte la Reina; llegarán, por fin, fondos europeos a una provincia despoblada, vaciada y olvidada; Latem, la planta de aluminio de Villabrázaro, oxigenará Benavente y su comarca; la iniciativa para llevar un Internet “digno” al ámbito rural ya está en marcha; la pulsión de la institución provincial por la Silver Economy empieza a tomar cuerpo...

Solo nos falta creérnoslo, tensar los músculos y echarnos a la calle. ¿Dónde están los agentes sociales? ¿Es que acaso ha muerto la capacidad reivindicativa de la gente de esta provincia? Parece que sí, pero quizás no esté todo perdido. ¡Cuántas cosas podríamos conseguir ahora con una manifestación pacífica masiva! Y no hablo del tren “madrugador”, que eso sería una minucia. Los planes europeos para la recuperación tras la pandemia están a punto de llegar. Si no nos movemos pasarán de largo y se irán donde siempre se han ido las inversiones públicas.

Aprovechemos el tiempo que nos queda. No lleguemos al final sin haberlo intentado. Nos iremos vacíos y sin memoria, pero no nos vayamos sin dignidad. Se lo debemos a nuestros tatarabuelos y a nuestros nietos.