Quinientos años son montañas de sombras con luciérnagas iluminando un camino de cabras por donde no pasa casi nadie. Cinco siglos se han quemado desde la batalla de Villalar, aquella que segó el afán de esta tierra por no echarse en brazos del coronado foráneo. La guerra de las Comunidades se quedó en un intento de revolución a la castellana. No se rebelaron Padilla, Bravo, Maldonado y el obispo Acuña para implantar la república, una quimera en tiempos de feudalismo salvaje. Movilizaron a su gente contra el monarca que no sabía castellano y venía por primera vez a esta tierra a llevarse las rentas de los naturales para comprar su coronación como emperador. Perdieron los que querían liberar a la reina Juana del torreón de Tordesillas y ponerla a reinar en beneficio de los más. Los miles de infantes castellanos y leoneses nada pudieron contra la fuerza bruta de aquellos que llegaron a caballo en un día de barro y sangre. Hasta Dios se puso al lado del más poderoso, abriendo las nubes con vesania y dejando el campo de la verdad impracticable para la guerra a brazo partido.

La derrota de Villalar, que este viernes volvemos a conmemorar “enmascarillados”, ha quedado en la historia como la guadaña que desmembró lo que pudo haber sido y no fue. “Desde entonces ya Castilla no se ha vuelto a levantar…” dice el poema del leonés Luis López Álvarez tan bien cantado por el Nuevo Mester de Juglaría. Las ciudades y pueblos que se rebelaron entonces son ahora la España vaciada y jodida.

Esta tierra nuestra lleva años desarbolada, machacada por regentes falaces. Sus gentes se marchan a enriquecer otros lugares y nadie es capaz de levantar la voz. Villalar nos hizo sumisos y cautos hasta la extenuación. Lo que ocurrió el 23 de abril de 1521 en el pueblo entonces dependiente de Toro ha marcado nuestro destino.

Para acabar, aquí van unos humildes versos desgajados de un poema sobre esta tierra nuestra que tiembla cuando mira al futuro: “… Lo que fueron parvones de tesos desdentados, / donde el trigo era rey, moneda y arrebato / hoy solo son adobes comidos por el tiempo, / catedrales de sueño, migajas de suspiros, / soledades perdidas en medio de la nada. / ¿Dónde está la Castilla de ayer que no la encuentro?”.