Ya, ya sé que hoy habría que empezar con aquello del “Gordo”, de la salud (por cierto no hay tópico más cierto, ¿no es verdad? La pandemia nos lo ha demostrado de forma descarnada), de la no Navidad y de esa sensación agridulce que todos llevamos dentro por unas no fiestas que vamos a pasar entre algodones (de las mascarillas) y alfileres (del miedo al contagio y el hálito gélido de las ventanas abiertas para fustigar al virus).

Habría que empezar haciendo penitencia (¿) por una culpa importada que llevamos clavada en el bajo vientre, pero no. Hoy quiero hablar de los aconsejadores, sí, sí, de esos (entre los que estamos todos, no se crean) que cuando tienen un problema a su alrededor, casi siempre de salud (por defecto) se dedican a dar consejos a diestro y siniestro. El interfecto acaba con la cabeza como un bombo y con la sensación de que la culpa de su enfermedad la tiene él por ser como es y hacer lo que hace. Me explico con unos pocos ejemplos.

Caes enfermo por vaya usted a saber qué (no estoy hablando de covid, que el abanico de males es casi infinito) y se te echan encima: “Claro, es que tienes que echar el freno, que no puedes seguir así, abarcas tantas cosas que, al final, se te escapan de las manos y vas a reventar, tienes que reinventarte, parar, que no puedes seguir así…”. Y te lo dicen, claro (con buena intención, eh, que una cosa no quita la otra) quienes han ido a la carrera toda su vida, negociando continuamente para que el día tenga… yo que sé, 30 horas para poder hacer más y más cosas.

Y está también quien te lanza a la cara el mismo mensaje, pero remarcando lo del desgaste innecesario por tanta actividad y lo de “es que no te cuidas lo suficiente, es muy importante saber frenar, hacer ejercicio, desenganchar…”. El que habla tiene una diabetes de caballo y come a escondidas lo que no está escrito: “Es que las dietas están para saltárselas, ¿o no?”.

Ustedes saben que de estos hay ejemplos para dar y tomar. Debe ser verdad aquello de que el humano es incapaz de ver la viga en su ojo y que la empatía es una virtud que nunca se gasta porque nunca se usa. Consejos des que tú no has de cumplir. Viva la incongruencia y el que esté libre de culpa que tire la primera piedra. El “Gordo” a quien le debía haber caído encima es al virus, “papurrina” lo tenía que haber hecho. Por cabrón. Feliz Navidad.