La apertura de la Escuela Nacional de Industrias Lácteas de Zamora es un hito para la provincia. El inicio del curso con 20 alumnos el pasado lunes tiene una significación especial: es el único proyecto colectivo en los últimos años que blanquea el devenir negro de esta provincia que pasea desde hace tiempo al borde del abismo. Hay quienes dirán "y esto para que sirve, no es más que un remiendo sectorial, un relicario del pasado que se viste de amuleto del porvenir, otra pérdida de tiempo". No. Es un símbolo de que Zamora no quiere diluirse en la nada. Es un hasta aquí hemos llegado, queremos frenar el declive provincial, a partir de ahora vamos a aprovechar nuestras posibilidades, vamos a romper esa cuerda que nos arrastra hacia un pesimismo suicida.

El centro, primer logro de Zamora 10, nace con la pretensión de convertirse en referente mundial del sector lácteo en la línea de lo que ya significan las escuelas internacionales que funcionan desde hace años en Francia y (Estados Unidos). El camino no es fácil y necesita de muchos apoyos, pero el hecho de que se haya puesto en marcha en un tiempo récord abre las puertas de la esperanza. Una cosa está clara, la Escuela Nacional de Industrias Lácteas será lo que queramos los zamoranos, los primeros que tenemos que luchar para lograr que sea relevante. El premio es muy importante: si el objetivo se concreta, Zamora se convertirá en un punto rojo del mapa de la alimentación mundial.

Pero la Escuela Nacional de Industrias Lácteas de Zamora tiene que ser mucho más que un referente sectorial. Tiene que ser un faro para la provincia, un punto de inflexión, un hasta aquí hemos llegado y a partir de ahora vamos a darle la vuelta a la tortilla. Para eso tenemos que cambiarnos por dentro, pero se puede hacer. Nos va la vida en ello.