Una nota cuando llego a la redacción me pone sobre aviso: ha llamado Juan Pascual, que ha muerto Marcial Villasante. Y como siempre ocurre cuando te enteras de la muerte de un conocido, lo primero que aparece en el aire es el recuerdo de la última vez que viste vivo al fallecido. Fue en 2012, una noche amorfa de febrero, afilada, en plena campaña de poda de viñedo, en Villalpando, su pueblo, con motivo de un homenaje a Andrés Vázquez, "El Nono".

Marcial Villasante era taurino. Primero, torero y después empresario, apoderado, ganadero, amante de la fiesta nacional. Para lo que sirvió lo poco que yo lo trate fue para quedarme en esencia con un hombre humilde, vivido, repleto de recuerdos, que siempre me hablaba del "Terrible", alguien al que yo quise y con el que compartió andanzas taurinas por esos pueblos de Dios, cuando todavía los veranos eran toros y toros.

Villasante era un hombre con historia que ha empezado a perder con su muerte. Como tantos otros de esta generación de nuestros padres que se está marchando a espuertas. Marcial vivió la cresta del ámbito rural y su decadencia. Se dedicó a hacer más vivible la vida a quienes residían en un ámbito hostil, pero con gente, cuando la fiesta era la espita que servía para justificar el trabajo de meses.

La cultura rural y quienes la ejercieron se están marchando a la carrera. La salida se dio hace mucho tiempo. Lástima que la meta nadie sepa donde está y que los participantes en la prueba de fondo no tengan espectadores que les aplaudan.

Marcial y otros miles de marciales se están muriendo en silencio. Con ellos se va una forma de vivir, unos valores que quedan prendidos en el aire. La tormenta los dispersará Dios sabe por donde.