Y es que hay cuestiones logísticas que no podemos obviar: para que las verduras y frutas que consumimos lleguen hasta nosotros en condiciones más o menos adecuadas y a precios rentables no hay aparentemente más solución que el que sean arrancados de la tierra o de los árboles mucho antes de tiempo para que terminen madurando en contenedores o en neveras. De esta manera, a la base de nuestra comida que son los cereales, las frutas y las verduras les falta adquirir los nutrientes que proporciona la tierra y que además, son esos principios los que dan sabores a las comidas.

Cuántas veces hemos escuchado eso de: «me fui al pueblo y me dieron unos tomates rojos y grandes que tenían un sabor extraordinario». O lo de «compré unos huevos de corral que eran amarillos pero de verdad». Los colores y los sabores no son un adorno alimentario sino un signo inequívoco de que lo que estamos comprando es industrial u orgánico.

Ciertamente la industrialización alimentaria nos ha dejado huérfanos de sabores y lo que es peor: desamparados de los sustentos alimenticios básicos como son las vitaminas del grupo A, B y C, betacarotenos, sales minerales, azufre, fósforo, silicio, hierro, calcio, magnesio y sodio.

Pues bien, la solución de la demanda actual a todas estas necesidades está posiblemente en los cultivos orgánicos y sostenibles con el medioambiente. En palabras de Luis Ferreirim, responsable de la campaña de Agricultura en Greenpeace España: «La agricultura industrial nos lleva a la merma de los recursos naturales mientras que la agricultura ecológica se presenta como una solución a gran escala para muchos de los retos a los que nos enfrentamos actualmente y que podrán verse agravados en un futuro próximo: cambio climático, pérdida de biodiversidad, contaminación de acuíferos€ pero también la pérdida de agricultores y población rural».

Si lo miramos en positivo, en España nos queda todo por crecer ya que nuestro consumo de productos ecológicos está muy por debajo de la media europea ( un gasto de 21,7 euros per cápita en España frente a 47,4 euros de la media de la UE). Y eso pese al enorme crecimiento de las superficies destinadas a los cultivos orgánicos.

Bases de la agricultura ecológica

Hasta finales de la Primera Guerra Mundial, todos los cultivos del mundo eran ecológicos, esto es: diversificados y sin abonos químicos vertidos a la tierra para matar plagas. Y esta es la base de cualquier trabajo orgánico. Esta diversidad biológica agrícola, así como la rotación de los cultivos, incrementan la resistencia de las plantas al cambio climático y lo que es más importante, evita el arrase de las plagas porque sobreviven las labranzas más briosas. Y precisamente para atajar cualquier plaga, la agricultura ecológica huye de los fitosanitarios químicos que, por otra parte, van mermando la capacidad regeneratoria de los terrenos haciéndolos más pobres en cuanto a la calidad de suelo y subsuelo. Según Luis Ferreirim: "El mejor control de plagas se realiza de naturalmente mediante la introducción de insectos beneficiosos y pájaros que se alimentan de las plagas y de otras plantas que las repelen". En este sentido, el uso de abonos naturales como el guano o el estiércol procedente de las ganaderías es el mejor apoyo de las tierras ecológicas. Por otra parte, el uso de estos sistemas sostenibles abarata los costes para muchos agricultores que pueden apoyarse en las explotaciones ganaderas contiguas. Las sinergias en este sentido son la base de toda la agricultura desde que el hombre es hombre y cultiva la tierra.

Productos más caros

La respuesta es que no siempre es así. En muchos casos, algunos de estos productos son muy artesanales y provienen de pequeñas explotaciones. En otros casos los encarecen los controles a los que están sometidos. Por otra parte, las cadenas de comercialización y distribución de los productos orgánicos son mucho menos eficientes que las fórmulas convencionales. En la mayoría de las ocasiones ni unos ni otros procesos no están sometidos a economías de escala y finalmente es el cliente comprador quien tiene que asumir el coste extra.

Consumir productos locales y de temporada es una de las fórmulas que culturalmente se están extendiendo para evitar los costes extras del transporte (el movimiento «buy local» hace años que se extendió en EE.UU. y precisamente trata de concienciar al consumidor final de que este tipo de productos «cercanos» son mucho más rentables tanto a nivel económico, ecológico y sanitario.

Más allá del coste

Una manera de enfocar el coste de estos productos es saber que estamos invirtiendo en salud. Supongamos que compramos 1 kilo de manzanas Golden ecológicas a 3,20 euros. Un kilo viene a ser unas cuatro manzanas grandes y cada una de ellas saldría a unos 0,8 céntimos de euro. Un bollo industrial, más calórico y menos interesante a nivel nutricional no baja del euro. ¿Qué le daría de merendar a sus hijos?