Después de recibir el premio Ortega y Gasset por sus reportajes sobre la crisis y sus consecuencias, el zamorano Pedro Simón (San Marcial, 1971) ha sido designado Periodista del año por la Asociación de la Prensa de Madrid. A continuación reflexiona sobre el momento que vive al profesión, los desafíos presentes y el futuro de la comunicación.

-¿Cuándo empezó a hacer el periodismo que le gusta?

-A raíz de una oferta de trabajo para cambiar de periódico, pedí en El Mundo, donde ya llevaba mucho tiempo, que me dejaran hacer reportajes y aceptaron. Desde entonces, me he dedicado al reporterismo de contenido más social, lo que me apasiona.

-¿Y en qué momento descubrió que los reportajes sociales eran su pasión?

-La primera vez que vi que uno de mis artículos era capaz de transformar para bien la realidad social. Cuando sucedía, me emocionaba, cosa que no ocurría cuando escribía sobre economía o deportes. Lo mío era hablar de gente con problemas económicos, familiares? y contarlo, o denunciarlo, con la esperanza de arreglarlo a los pocos días.

-¿Habla de una recompensa emocional o o de una solución real para los afectados?

-Te hablaré del último caso, la historia de una familia que vive a oscuras porque no puede pagar la luz. Estuve yendo varias semanas a comer, a cenar, a ver cómo un crío de la edad de mi hijo estudia con la única ayuda de una vela. Lo publicamos, hubo mucha gente que se interesó por el problema y al padre ya lo tenemos trabajando en Gales en un restaurante con un sueldo de unos 1.700 euros. Gracias a esos ingresos, su familia de Vallecas puede salir adelante.

-¿Hay algún reportaje que haya significado un antes y un después para su carrera?

-No uno, sino dos. El primero es la historia de una mujer que acababa de dar a luz y que estuvo a la deriva con diez hombres en una especie de patera. En la barca no había ni agua ni comida, pero ella miró a los hombres a la cara y les dijo: "No os preocupéis, no vais a morir". La mujer decidió amamantar a los náufragos y les salvó la vida. Otro reportaje, también referido a la inmigración, me llevó a descubrir la aventura de una mamá que hizo una travesía y estuvo durante una semana alimentando a su hijo con sus propios orines, hasta que el bebé falleció.

-¿Cree que el periodista debe participar en la realidad que lo rodea?

-El periodista debe informar y dar un paso atrás. Tampoco ha de hacer turismo: ir al escenario de un terremoto, conseguir unas imágenes estupendas, decirle al compañero que nos haga una foto de perfil mientras echamos el humo del cigarro, regresar a Zamora o a Madrid y cenar con los amigos para contarles lo estupendo que fue el viaje. Ahí hay una parte de sandez colectiva que nos ataca cada día más.

-Si le llaman para hacer el programa "21 días"?

-No iría. Eso tiene que ver mucho con el exhibicionismo y poco con el periodismo. Estar diez días fumando porros para contarlo es basura.

-Los últimos premios lo han convertido en un referente del periodismo actual. Seguro que le han preguntado más de una vez cuál es su posición en esta etapa de cambio?

-Los editores de los medios tienen una infinita preocupación por los continentes y poca por los contenidos. El resultado es la tendencia a banalizar los contenidos y jugar a lo que no somos, un medio de comunicación audiovisual. La grandeza de un medio escrito es su relato intelectualizado, más pausado. Con pavor he visto a compañeros de televisión preocupados por las audiencias y yo decía: "Menos mal que nosotros nos hemos librado". Pero ya estamos en el mismo tinglado. Como decía Martín Caparros, hay que hacer el periodismo contra los lectores. Uno tiene la sensación de que los medios los hacen los lectores, en tanto dicen lo que les gusta y lo que no. Es como si un enfermo del corazón le dijera a un cirujano cómo le tiene que operar.

-¿Este es el nuevo periodismo o solo un camino de ida y vuelta?

-Quiero pensar que va a haber un efecto rebote y que después de esta loca pasión por la inmediatez habrá un estuario de aguas tranquilas donde poder hacer periodismo. Lo bueno necesita pausa. Yo no sé hacer las cosas rápido. Por eso admiro el periodismo local y regional, donde el periodista tiene que hacer de todo.

-Y en esta fiebre por la inmediatez, usted se lleva los premios. Se sentirá reafirmado en sus convicciones, ¿verdad?

-Yo soy un tío joven, nací en los setenta, todavía me agacho a jugar a las chapas y no pretendo nadar a contracorriente. Me da pena de que dejemos de hacer bien lo que sabíamos hacer, después de invertir dinero en las universidades públicas. Eso está siendo dilapidado. Hoy nos ponen a hacer vídeos de gatitos en lugar de escribir una reflexión serena. Me aterra ver a las nuevas generaciones de periodistas, que no quitan la vista del ordenador ni levantan un teléfono.

-¿Cómo lleva que su cara deje al anonimato y se convierta en protagonista?

-Los premios tienen una gran ventaja: no es el dinero, ni el reconocimiento público, ni tampoco la estatuilla que te llevas a casa, sino seguir haciendo lo que a ti te gusta y en lo que crees. El jefe confía en ti, te da más tiempo y te permite hacer una locura que a otros no le dejaría.

-¿Y qué ha hecho con la obra el premio Ortega y Gasset?

-Como no podíamos repartirnos el grabado de Chillida que nos entregaron, se lo hemos dado a Javier Baeza, el párroco de la iglesia de Entrevías de Madrid, la histórica parroquia de los rojos donde daban rosquillas para comulgar. La idea es que venda el cuadro y destine el dinero a ayudar a las familias que lo necesiten.