A las diez y media de la noche del sábado, con los ecos de los madrigales de Monteverdi aún resonando en las cabezas del público que acudía a la tercera cita musical del día, dio comienzo el cuarto concierto del Pórtico de Zamora. Denominado "Antología de la música alemana" se trataba de un recorrido cronológico a través de los autores más relevantes de literatura clavicembalística de los siglos XVII y XVIII en este país. Desde un primer momento, quedó patente que Christophe Rousset es un intelectual, un profundo conocedor del repertorio que aborda, un artista que sería capaz de justificar teóricamente durante horas por qué interpreta así y no de otro modo cada una de las notas y sus ornamentos. Durante el concierto se hizo palpable también que a Rousset le encanta enseñar los elementos que componen cada pieza. Su rigor formal y extraordinario perfeccionismo son propios de intérprete muy exigente y delatan su vena de director, es decir, su capacidad para observar e intervenir sobre la música desde una perspectiva global.

En su recorrido por el repertorio interpretado fue fácil apreciar el distinto talante de los músicos que dieron forma a ese primer barroco del que bebió Juan Sebastián Bach, por ejemplo el carácter severo de la música de Froberger, cuya suite en do menor parecía más bien música para órgano que una sofisticada variante de la danza (que es lo habitual en la suite), la atención a lo pintoresco de Kuhnau -más propia del estilo cembalístico francés que del alemán, al describir con música la enfermedad de Ezequías y su alegría al recuperarse- o la influencia del estilo decidido de Böhm en el joven Johann Sebastian Bach. Obra de este último era la pieza más conocida del concierto, la segunda suite, que conectaba en su tonalidad con la sonoridad introspectiva de Froberger. En el estilo de Rousset, las allemandas, courantes y gigas destacan por su pompa, por un carácter orgulloso que se realza a través de la ornamentación elegida. En cambio, su interpretación de la zarabanda, notablemente enriquecida por la aportación de las notas de adorno (notas que no constan en la partitura, pero que los músicos añaden según las normas de estilo que constan en los tratados de la época) adquirió una gravedad y solemnidad especial.

El programa se cerró con los vivos contrastes anímicos de una pequeña sonata de Carl Philipp Bach y, tras los aplausos, con el retorno al Bach padre que supuso la carismática interpretación del Scherzo de su tercera partita.