La aparición de trastornos bipolares, lo que antiguamente se denominaba psicosis maniaco depresivas, que afectan al 1% de la población, es más frecuente en edades jóvenes, en la segunda y tercera décadas de la vida. Así lo asegura el responsable de la Unidad Funcional de Trastornos Bipolares del Complejo Asistencial de Zamora, que funciona hace tres años y que ha atendido en este tiempo a 140 pacientes bipolares.

El psiquiatra presentó en la sede de Caja Rural junto con el responsable de la Fundación Científica, Feliciano Ferrero, el programa del tercer ciclo de cine y salud mental que trata precisamente sobre la bipolaridad, un término que define un serio problema de salud que, sin embargo, "se está vulgarizando. En los últimos años se ha ido utilizando de manera inadecuada, algunas veces de forma sarcástica y otras de forma peyorativa".

Se llaman trastornos bipolares porque combinan episodios maniacos (elevada euforia, actividad cerebral, desinhibición, ideas delirantes) con fases depresivas. Los hay del tipo I, del tipo II, más frecuentes entre las mujeres y con episodios maniacos menos intensos y también ciclotimia, que consiste en cambios de estado de ánimo pero de intensidad mucho menor.

El trastorno bipolar se trata, indica el psiquiatra, de "una enfermedad crónica", si bien con el adecuado diagnóstico y tratamiento, el paciente "puede llevar una vida absolutamente normal". Uno de los problemas es que "cuando se da en personas jóvenes es difícil que adquieran la conciencia de enfermedad. Hay personas que tienen estos episodios pero se niegan a reconocer que tienen un trastorno" por tanto es más difícil para ellos llegar al tratamiento. En general, en las fases de euforia es la familia o el entorno del paciente el que primero se da cuenta de que algo no marcha bien, mientras en las fases depresivas es el propio enfermo el que primero detecta síntomas como el cansancio o las ganas de encerrase en su mundo.

El estigma social que llevan aparejadas este tipo de enfermedades es uno de los problemas al que se enfrentan pacientes, psiquiatras y psicólogos. Incluso José María Martínez reconoce que no sólo los ciudadanos de a pie, sino los propios médicos de otras especialidades a veces estigmatizan a estos enfermos.