Corría el 23 de julio de 1591. En el transcurso de la procesión de la víspera de San Juan por el claustro románico de la Catedral ornamentado con tapices tomillo y romero, un monaguillo que porta un cirial se distrae observando el agua de una fuente artificial en el centro del patio y prende algunas ramas que terminan en un gran incendio. El fuego arrasa parte del claustro y acaba con la vida de cuatro personas. Tocaba reconstruir el espacio.

El extenso y «bello» relato ha permitido al historiador Florián Ferrero plantear algunas hipótesis sobre la renovación del claustro, que no respetó su estilo original románico para optar por la «moda» que imperaba en aquel momento, finales del siglo XVI. Ferrero asevera que el Cabildo pudo mantener la hechura medieval de la galería, pero «lo cambió porque la inversión era la misma y los gustos habían cambiado». Esta es una de las hipótesis principales que planteó ayer el director del Archivo Histórico Provincial en el curso de la UNED. La otra, la existencia de una segunda torre, anterior a que ha llegado a nuestros días.

La narración de aquella desgraciada secuencia junto al «Manual para gobierno de los señores deanes» han permitido afirmar a Ferrero que la «torre vieja», situada en la capilla del doctor Grado junto a la nueva, la actual, condicionaron el espacio del claustro y del enorme catálogo de oratorios que por entonces tenía la Catedral, algunas de las cuales han sobrevivido hasta la fecha actual.

Y aunque no existe una descripción detallada del claustro románico de la Catedral arrasado por aquel incendio, Ferrero echa mano de los cuadernos de viaje de un turista alemán. «En la Catedral de Salamanca no menciona su claustro, pero sí el de Zamora, del que destaca sus artesonados dorados», rescata Ferrero para probar que aquella galería tenía menor envergadura que la actual, pero no escasa valía.

El relato de aquellos hechos de 1591 también aporta un dato llamativo. «Nos cuentan que la ciudad no oyó la llamada de auxilio de las campanas al tratarse ya por entonces de una zona alejada del núcleo de vida», asevera Florián Ferrero. Es decir, que ya en el siglo XVI, la Catedral estaba lejos de las calles de comercio, «porque la vida se situaba en la Plaza Mayor y el comercio en los Barrios Bajos».

Cuando acudieron los responsables de apagar los incendios, el espacio claustral estaba ya arrasado, «pero no demasiado, como demuestra el hecho de que la puerta de acceso siga en pie». Para Ferrero, los responsables de la Catedral «pudieron optar por reconstruir el claustro románico», pero no lo hicieron por una cuestión de estética del momento. La misma que ha condicionado las sucesivas reformas que ha transformado profundamente el resto de templos románicos de la capital.