Hasta finales del siglo XIX, los zamoranos carecían de la preocupación suficiente por dejar testimonio de las sucesivas revisiones del patrimonio local. Así les consta a los técnicos del programa cultural «Zamora Románica», que acaban de revelar en un artículo cómo la falta de documentación, la escasez de información y las dificultades para hallar archivos asociados a los templos intervenidos han hecho más complejas las restauraciones.

Hoy por hoy, el ámbito de la restauración tiene asumido que cualquier intervención precisa de toda la información disponible para saber «comprender» el edificio en cuestión y actuar de forma coherente con su «esencia». El historiador Sergio Pérez y el arquitecto Marco Antonio Martín responsabilizan de los primeros esfuerzos en este sentido a arquitectos como el benaventano Segundo Viloria y a investigadores como Manuel Gómez-Moreno. Profesionales que, no sólo abren la puerta a la investigación y el conocimiento de las iglesias zamoranas, sino que también contribuyen a asociar el estilo Románico a la ciudad.

Pero eso no ocurrió antes de la recta final del siglo XIX. «Anteriormente, lo que se hacía es reparar los daños en los edificios y poco más. Por ejemplo, si la crecida del Duero deterioraba algún templo, los responsables lo arreglaban y punto. A eso no se le puede llamar restauración», explica Sergio Pérez. Es decir, que el criterio de las intervenciones era puramente funcional, sin obviar la importante interferencia de la falta de medios, el problema de siempre.

La pregunta es qué o quién ayudó a revertir la situación. En el trabajo «Releyendo el Románico de Zamora», Pérez y Martín citan al investigador Manuel Gómez-Moreno como una figura esencial. No es que participara en restauraciones, pero «sí fue uno de los primeros investigadores que ayudó a conceptualizar el estilo Románico utilizando decididamente el término». Poco antes, en 1860, se había impulsado este aspecto con la edición de los Catálogos de Monumentos Arquitectónicos de España.

Pero hacia quienes apuntan los técnicos como precursor de una nueva mentalidad es al benaventano Segundo Viloria, autor de algunos de los más aplaudidos edificios de estilo modernista, como el Mercado de Abastos o la antigua casa de Gabino Bobo -actual hotel Meliá-. Viloria, primer arquitecto titulado de la provincia- abrió la puerta al trabajo multidisciplinar implicando al historiador Ursicino Álvarez, por ejemplo, en el estudio del cimborrio de la Catedral bajo la tutela de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando.

Un trabajo más exhaustivo es el que compartieron «Menéndez-Pidal y Pons Sorolla, que realizaron la primera intervención con memoria histórica, con partidas destinadas a excavaciones y fotografías, lo que demuestra ya un interés por hacer las cosas bien», explica Sergio Pérez. Sin embargo, eso sería a mediados del siglo pasado. Porque, hasta la fecha, la falta de documentación y estudio de los templos, algo habitual, ocasionó que «en muchos templos zamoranos, realmente, sólo se conserve de estilo Románico el núcleo», añade el historiador. Sucesivas intervenciones «sin conciencia» han restado autenticidad a edificios, por ejemplo, como la iglesia de San Andrés, una de las más castigadas por el paso del tiempo y las decisiones erradas.

Para no repetir errores, el equipo de «Zamora Románica» ha intervenido ya en más de una decena de templos a través de un equipo multidisciplinar, que ha ayudado a una ejecución más acertada de los trabajos. Y sin embargo y pese a los medios, arquitectos, aparejadores, historiadores y operarios se han encontrado con no pocos misterios, desengaños y sorpresas en el acercamiento a iglesias erigidas en la Baja Edad Media zamorana. De todos ellos, el mayor enigma reside en la ermita de los Remedios. La información que ha recuperado con no poco esfuerzo el equipo aportará «pinceladas interesantes sobre el origen románico del templo, detalles muy reveladores de su pasado», anuncia Pérez.