Con 20 años, este vallisoletano es el alumno más joven del grupo y la primera vez que realiza practica en la ciudad.

-¿Cómo está resultando su experiencia en Toro?

-Nos tratan muy bien aquí y da gusto trabajar en estas condiciones, porque estamos en un claustro en el que siempre hay luz y podemos aprovechar todo el día.

-¿Es muy diferente del trabajo que realizan en la Escuela?

-Donde se aprende realmente es aquí, porque en tres semanas vamos a poder aplicar lo que hemos aprendido en un año y, ademas, hacemos ya un trabajo profesional, porque estamos sujetos a un horario y a un tiempo concreto en el que tenemos que tener las piezas preparadas. En la Escuela tratamos piezas mas didácticas, este año hemos cogido un parte de un retablo del monasterio de Lerma, pero tenemos que compaginar esas prácticas con la teoría.

-Le ha tocado restaurar un grupo escultórico de San Roque.

-Es una talla muy ingenua, por decirlo así, pero al final es divertida, tiene una composición un poco rara, porque san Roque siempre se representa con el perro y no un ángel, como en este caso. Los estofados y los dorados que tiene son sencillos, no destacan en comparación con otras piezas, pero se aprende.

-¿Qué cualidades debe tener un restaurador?

-Hay que ser minucioso, sistemático, tener paciencia y estar abierto a posibles cambios para todo, porque en cualquier momento surge un descubrimiento que no te esperabas y hay que actuar con rapidez.

-Luego hay que ver cómo se valora el trabajo hecho.

-Hay dos tipos de restauración: la arqueológica, que implica una mínima intervención, simplemente sanearla y consolidarla, y la que se realiza sobre esculturas que están al culto, que conlleva integrar piezas que faltan o eliminar añadidos y eso a veces es un problema, porque se trata de cosas que la gente a visto toda la vida.

-¿Cómo ve el panorama laboral?

-Pinta complicado. Yo voy a seguir estudiando, porque hay becas; otros siguen estudiando otras carreras o hacen una especialidad, pero trabajar está complicado porque hay mucha gente.