Escribo estas palabras acompañado del virus de la gripe. Sin apenas energía por el cansancio acumulado, me resisto a dejar el papel en blanco. No doy tregua a lo que me pide el cuerpo y aquí estoy, desafiando a quien se ha atrevido a dejarme sin la posibilidad de vivir dos actos muy especiales a los que tenía previsto acudir durante el fin de semana: la entrega de los Premios Solidaridad 2017, que el viernes efectuó Cruz Roja en Salamanca, y la ceremonia de la Universidad de Salamanca, que ayer sábado celebraba por adelantado la festividad de Santo Tomás de Aquino. En el primer caso, que se premie la solidaridad es digno de admiración. Aunque no lo parezca, en nuestro día a día estamos rodeados de muchas personas que son ejemplo para los demás, brindando apoyo, ayuda o protección. Por eso, que se conozcan y reconozcan sus nombres y acciones es una manera de admitir la importancia de la energía solidaria para mover un mundo que, en muchas más ocasiones de las deseadas, camina desbocado.

Y que no haya podido asistir al acto universitario me ha producido un profundo pesar por no escuchar la lección magistral de la compañera Soledad Murillo, que, según me cuentan, estuvo espléndida, y no acompañar a la nueva doctora, Estrella Montes. En este caso, ella sabe cuánto lo siento y por qué lo digo. Mi asistencia hubiera sido una manera de agradecer las palabras que escribió en la introducción de su tesis doctoral sobre este menda, cuando recordó algunas conversaciones y circunstancias de la vida académica que, tras muchos años, volvieron a cobrar vida al escribirlas en la introducción de su magnífico trabajo de investigación. Aunque durante mi periplo docente me he encontrado con una legión de estudiantes que me han emocionado con sus correos o mensajes de texto, la lectura de las palabras de Estrella fue tan especial que las lágrimas iban acompañando cada palabra que leía. Si ella me agradecía muchas cosas, ayer me hubiera gustado devolverle ese reconocimiento, porque a veces los estudiantes también pueden salvar con sus palabras a los profesores.

Si hay virus que nos dejan físicamente machacados, como el de la gripe que me mantiene en una situación lastimera, también hay virus, como los de la solidaridad, la gratitud y el cariño, que consiguen un efecto balsámico y que caminar por la vida sea, casi siempre, un ejercicio maravilloso. Esta semana me he contagiado también de otros maravillosos virus en la Universidad de la Experiencia, en Benavente. Porque hablar y compartir el tiempo con los mayores en la ciudad que me trae tantos recuerdos es fantástico. O que alguien escriba en un papel, como el martes pasado, que es una persona mayor, con ganas de seguir aprendiendo, te devuelve a la vida. Yo quiero contagiarme de estos virus, los de la solidaridad, la gratitud y las ganas de aprender. Porque piensen, si no, qué sería de nosotros sin el poderío, la energía y el empuje de estos virus sociales, que nos mantienen vivos y consiguen que muchos sigamos manteniendo que enfrentarse a los retos de la vida cotidiana merece la pena. Y por el virus de la gripe no se apuren: ya pasará, que bicho malo nunca muere.