Fue una extraña ceremonia de la confusión, como lo ha sido todo el proceso de una independencia para Cataluña que jamás se convertirá en realidad, pues no pasa de ser un delirio, una quimera, una mentira y una traición. Con toda España pendiente del Parlament catalán, con mayoría de las fuerzas secesionistas buscando amparo en unas leyes propias absolutamente ilegales y anticonstitucionales, la sesión dio de sí y de no justamente lo que se esperaba, con Puigdemont haciendo el ridículo una vez más a través de una intervención en la que asumió el mandato "inapelable e irreversible" dijo, de crear un estado independiente de Cataluña en forma de república.

Pero del entusiasmo de los separatistas congregados ante el edificio de la institución y que habían sido convocadas por la extrema izquierda, radical a fondo, y antisistema sin otras concesiones que las leninistas de la CUP, el grupo que sostiene la mayoría secesionista y sediciosa, posición que la hace fuerte, se paso a la más absoluta decepción cuando el presidente de la Generalitat anunciaba la suspensión por unas semanas de esa misma declaración unilateral asumida, para dar tiempo al dialogo y a la mediación. No hubo declaración formal de independencia, pues, aunque posteriormente los parlamentarios soberanistas firmaran un extraño documento dando por declarada la república catalana. Que no ha sido proclamada, ni a la que se haya renunciado, sino que ha sido suspendida.

No hubo más, realmente, que una nueva declaración de intenciones, un seguir la huida hacia adelante con el desafío a todos los niveles. A Puigdemont y Junqueras, principalmente, más que poderles el vértigo de enfrentarse a unos hechos consumados fuera de la ley y con consecuencias de todo tipo, les ha podido el miedo, el no sentir las piernas, el miedo puro y duro a enfrentarse a condenas que pueden llévales a la cárcel, hacer mella en sus patrimonios personales y acabar con su carrera política. A los demás, el giro de su líder, el presidente catalán, por mucho que se lo temiesen, pues la deriva era fácil de prever y se venía venir ya desde antes incluso del ilegal referéndum, les ha sentado como una patada ahí mismo, y tras conocer la intención de Puigdemont, con esa declaración de independencia asumida pero suspendida, amenazaron con no volver a pisar el Parlament aunque luego rectificaron para dar un mes de plazo como máximo a la espera del diálogo y la mediación implorados.

Diálogo y mediación que el Gobierno de la nación no acepta. El Gobierno solo puede dialogar con un interlocutor que se halle dentro de la ley. Y Europa ya ha ratificado que no mediará en el conflicto aunque inste al acuerdo. Se trata de un callejón sin salida, o con una única salida. A los separatistas solo les queda dar marcha atrás y renunciar al tinglado urdido, que no se sostiene, derogando sus leyes fuera de la Constitución para poder recuperar una posición ante la que Gobjerno y el resto del país fuesen capaces de mostrarse benevolentes, aunque desde luego sin aceptar chantajes de ningún tipo ni en forma económica ni de más competencias. Eso, o mano dura y que sobre ellos caiga el peso de la ley.