La segunda vuelta de las elecciones francesas - un método bastante discutible - ha ofrecido los resultados esperados: la clara victoria de Macron y su partido, o alevín de partido, En marcha, creado en razón de las circunstancias. Y ha ganado sin saber apenas la gente lo que votaba pero, al contrario de lo ocurrido recientemente en España, con un ánimo decidido de cambiar lo malo conocido, por lo bueno o lo malo por conocer. En realidad y como aquí y en otros países en estos tiempos de auge de los populismos generados por el desencanto y el hastío de los electores, se ha acabado imponiendo la considerada como la opción menos mala, porque, pese a todo, el extremismo y el radicalismo siguen metiendo miedo a la mayoría en cuanto llega la hora de la verdad.

Y así va a seguir siendo probablemente durante mucho tiempo, al menos en Europa, porque en Estados Unidos ha sido Trump la excepción, ganando desde el conservadurismo mas intransigente cuando nadie lo creía posible. Cierto es que no puede negarse el auge de los movimientos populistas sobre todo cuando se apoyan en los nacionalismos o se dirigen directamente contra las castas dominantes. Pero por lo que parece y por lo visto hasta ahora su techo es limitado y a día de hoy semeja casi imposible de romper. Pasa en España con Podemos y ha pasado en Francia con el Frente Nacional de Le Pen, que pese a la derrota se ha reafirmado como la segunda fuerza política del país galo desplazando a la tradicional derecha, los republicanos, y al socialismo histórico, lastrados ambos partidos por los fracasos, cuando no lo casos de corrupción, que han jalonado sus diferentes etapas del poder último.

En estas circunstancias, todos los ojos se volvieron al espacio que quedaba lejos de lo habitual y de lo radical: al centro, o sea. Un centro, el de Macron, carente de una ideología firme pero situado, como los buenos delanteros centros, en el punto justo en el que tenía que estar en el momento oportuno. Habla el presidente electo de socialdemocracia y de socioliberalismo, una mezcla en la que los franceses han confiado, aun a falta de tantos matices y detalles, pero es lo que había. Por un lado está el pasado político de Macron, ligado al socialismo, pues ha sido ministro de Economía de Hollande, y por otro lado su pasado ligado a la gran banca, que también pesa. Todo es posible, pues, y puede que su gestión consiga maridar dos conceptos políticos y económicos que, de entrada, tal vez sean o resulten semejantes aunque su fondo parezca bastante distinto. Ya se verá.

Pero habrá que contar asimismo con Marine Le Pen y su Frente Nacional liderando la oposición, lo mismo que habrá que contar también con lo que ocurra en una Francia muy dolorosamente castigada por el terrorismo yihadista. El discurso de la extrema derecha tiene muchos seguidores compulsivos y seguramente hubiese obtenido mejores resultados aun y se hubiese aproximado más al objetivo final si se hubiesen olvidado de metas absurdas como la salida de la zona euro y de la Unión Europea, un gran error, el del brexit, que solo se concibe, realmente, en una Inglaterra insular y autista.