Esta vez las encuestas no han fallado. Esta vez las encuestas han dado en la diana. Quizá en Francia funcionen y en España no. O quizá es que en verdad vuelvan a ser el termómetro que mida la temperatura de la intención de voto con total fiabilidad. Todo puede ser. Lo cierto es que aquello que aventuraban las encuestas, la victoria de Emmanuel Macron, se ha cumplido con creces. Ha derrotado por 32 puntos a Marine Le Pen. En marche: 66,1%. Front National: 33,9%. La abstención, propugnada por Jean-Luc Melenchon, ha sido alta. Así y todo quien será el presidente más joven de Francia, 39 años, ha dado un buen repaso. La prueba de fuego la tendrá, sin duda, en las complicadas legislativas que se avecinan en poco más de un mes.

Francia está de nuevo "en marcha", tras el parón de Hollande, un presidente corto de ideas, que ya es saliente. En el conjunto de la Unión Europea, aunque se esperaba, el triunfo de Macron ha causado alegría y alivio. No es para menos. Así y todo no ha logrado disipar la crisis en la que la Unión vive inmersa. La victoria de Marine, hubiera llevado a la destrucción de Unión Europea tal y como la conocemos ahora. La salida del Reino Unido no parece dañar en exceso al buque insignia, la de Francia lo dejaría tocado y a punto de hundimiento.

Es lo mejor que ha podido pasar. Sobre todo porque Macron no tiene prácticamente pasado. No se le puede acusar de lo que se acusa a los responsables de las viejas élites políticas. Macron es un neófito político a todas luces, por mucho que haya sido ministro de Economía con Hollande. La verdad es que todo en torno suyo es pura incógnita. Además de cumplir sus promesas electorales, siempre se dejan al borde del camino o se olvidan de inmediato, Macron debe mostrar firmeza, fiabilidad, talante, talento y capacidad para asumir el poder. Y si no cumple, puede que Macron reine pero no gobierne. Junio está cada día más cerca. Su movimiento político debe afianzarse en estas semanas y tratar de conseguir un buen resultado para impedir un escenario de cohabitación. Presidir Francia y gobernarla debe ser su objetivo inmediato.

Los partidos clásicos van cayendo poco a poco, sufren un importante deterioro, mostrándose incapaces de conectar con buena parte de las capas sociales que los ven como parte de sus problemas. Gaullistas y socialistas han perdido fuelle. Son los dos partidos tradicionales que no han logrado pasar a la segunda ronda. Hundidos en sus miserias que trascienden el ámbito de partido para desencantar a la sociedad harta de chanchullos, de corrupción y de todo lo que es extrapolable a esta España nuestra donde políticos y partidos están en la obligación y el deber moral de cambiar, de sufrir una catarsis. De empezar a cambiar rostros, formas, actitudes, de ser más transparentes. PP y PSOE, fundamentalmente, tienen que hacer mucho al respecto para evitar el contagio. Rivera no es Macron, no tiene la capacidad ilusionante del francés. Iglesias es Le Pen, pero en peor, porque Iglesias defiende lo indefendible, entre otras cosas a los terroristas y a los regímenes totalitarios de los que es amigo y aliado.