EEn estos días, propicios para la reflexión y el orden, he concluido una tarea que me acuciaba desde hace varios años: fotografiar y catalogar cada una de las más de cien piezas de lo que podría denominar "Museo Africano" particular, compuesto por máscaras, estatuas y objetos que he ido adquiriendo durante los últimos cuarenta años. Hay algunas piezas de indudable valor, como un jinete dogón de Malí: tiene un metro y diecisiete centímetros de alto por sesenta centímetros de largo. Es una figura ecuestre de una sola pieza tallada en madera. Las cabezas del jinete y del caballo están finamente labradas.

He recordado, al elaborar las fichas, que en varios pueblos zamoranos de la Tierra del Pan algunas personas han tenido el acierto de recoger aperos de labranza para mantener viva una cultura tradicional vinculada a las tareas del campo. Estos útiles los han valorado muy poco quienes los usaron e incluso los han menospreciado, porque a muchos les recordaban días de penuria, trabajo muy duro y escasas satisfacciones. No estaban los hornos, a su modo de ver, para sutilezas culturales.

No todos pensaron lo mismo. He visto una nave con muchas piezas en Arquillinos, recogidas con tesón y paciencia por Belisario Rodríguez, que en paz descanse, y me quedé fascinado. También he admirado muchas piezas en Manganeses de la Lampreana, gracias al interés de David Salvador. Me consta que hay algunos objetos más en otros pueblos, como en Cerecinos del Carrizal y en Villarrín de Campos.

Hay que reconocer y agradecer este interés por preservar piezas de uso cotidiano y útiles de labranza que hubieran acabado consumidos por el fuego, vendidos por cuatro perras o tirados en vertederos: arados romanos, trillos, bieldos, tornaderas, carros, tornos de hacer el pan, escriños, yugos, cerandas, hoces, tablas de lavar, cornales o coyundas, romanas, cerraduras y llaves magníficamente forjadas, etc. Todos estos objetos tienen un valor incalculable para conocer la historia y la cultura tradicional de los pueblos.

Estas iniciativas personales han suplido el escaso interés de los municipios por preservar este acervo patrimonial. Al final de los años setenta, le dije al alcalde de Pajares de la Lampreana que aún estaba a tiempo para recoger carros, trillos, máquinas de segar de tracción animal, aventadoras, etc. para montar un Museo Rural en el pueblo. Me comentó que era una buena idea; pero no se hizo nada.

La labor realizada por particulares es muy encomiable. A mi modo de ver, habría que dar un paso más, o dos. En primer lugar, intentar seleccionar y reagrupar estas piezas en un Museo Rural, por ejemplo, de la Tierra del Pan; en segundo lugar, inventariarlas con sus nombres específicos y el uso a que estaban destinadas. Hay todavía personas que conocen cómo se llamaban y para qué y cuándo se utilizaban; pero dentro de una década o dos ya nadie lo recordará.

Un Museo Rural no es algo sentimental y nostálgico, ni un mero recordatorio de un pasado más o menos glorioso, sino un espacio en el que se pueden y deben apreciar las costumbres y las tradiciones de un pueblo, es decir, pura etnografía; dicho de otra manera, la vida y la cultura de un pueblo en un momento determinado de su historia.