La fiesta del Bautismo de Jesús culmina el tiempo de Navidad. Es la última Epifanía o manifestación de Dios para todos, para dejar claro quién es Jesús. Con el bautismo comienza el camino de Jesús, un camino que luego se convertirá en el itinerario de todo cristiano.

La escena del bautismo de Jesús ha sido objeto de bellos cuadros: Juan el Bautista en la orilla del Jordán, predicando a sus seguidores. El profeta anuncia que el reino de Dios es inminente, que el Mesías Salvador está ya en medio de su pueblo. Y a lo lejos, se acerca, confundido entre el pueblo sencillo, Jesús de Nazaret, que acude a recibir el bautismo de Juan.

Pero de pronto, un hecho excepcional convierte en única aquella escena. Dios irrumpe señalando a aquel hombre anónimo como su propio hijo: "Este es mi hijo amado, en quien me complazco". Una voz que viene del cielo sorprende a los atónitos espectadores que asisten en el Jordán al encuentro entre dos grandes profetas: Jesús y Juan Bautista. El maestro se acerca a ser bautizado por el discípulo. No cabe más abajamiento del hijo de Dios para acercarse al hombre.

El Bautismo de Jesús es una figura y anticipo del bautismo cristiano. Desde entonces todas las personas son llamadas al bautismo y la Iglesia abre la fuente del único bautismo que se derrama en manantiales de gracia para todos los pueblos. El bautismo nos hace familia de Dios: "un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre"; convierte a todos los bautizados en la gran familia de los hijos de Dios. El bautismo nos hace hijos de Dios y miembros de su Iglesia, discípulos de Jesucristo y en su nombre enviados a llevar la buena noticia.

El Espíritu que desciende sobre Jesús en el bautismo es el aliento de Dios que crea la vida, la fuerza que renueva y cura a los vivientes, el amor que lo transforma todo. Por eso Jesús se dedica a liberar la vida, curarla y hacerla más humana. Jesús "pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo". Este texto de los Hechos de los Apóstoles resume la misión que Jesús tuvo en su vida pública después de ser bautizado.

También nosotros, todos los bautizados, tenemos la misma tarea: hacer el bien y anunciar la salvación de Dios a todos aquellos que el Señor pone en el camino de nuestra vida. Ojalá nuestra identidad como seguidores de Jesús sea el hacer el bien a todos, sin distinciones, ni exclusiones.