La famosa "cuesta de enero" es para muchos hogares una subida al Everest de la economía familiar. Las Navidades han pasado y prácticamente todos los ciudadanos hemos tirado la casa por la ventana durante estos días para celebrar, como la tradición manda, los distintos festejos, ya sea en familia, en comunidad o simplemente con uno mismo, que todos los escenarios son posibles en la cada vez más variada y heterogénea estructura social. Se calcula que una familia media de cuatro miembros ha destinado aproximadamente 1.000 euros para solventar comidas, cenas, cotillones, regalos, viajes y demás parafernalia que acompaña a los rituales festivos que ya hemos dejado atrás. Por tanto, si esa es la media, saquen ustedes las conclusiones: nos encontramos con hogares que han superado con creces estos gastos y otros, por el contrario, que han tenido que sortear estos eventos como buenamente han podido, esto es, con sacrificios.

¿Y ahora qué? Pasados estos días, a mucha gente le queda una sensación de vacío en su interior. Tantas jornadas de diversión, de jarana, de luces en las calles, de algarabía nocturna, de chatos en los bares de la esquina, de chocolates y turrones, de pollos de corral, corderos y tostones asados, de cavas y tintos de la tierra, de buenos deseos, etcétera, que al llegar el fin de fiesta muchos sienten que todo ha sido un espejismo, un paréntesis vital, y que ahora toca regresar a la cruda realidad, a los problemas del día a día en el colegio, en el trabajo o en el mismo hogar. Por eso, no me extraña nada que para muchas personas la auténtica cuesta de enero sea algo mucho más emocional que económico, es decir, un asunto relacionado con las dificultades para adaptarse de nuevo a la vida cotidiana que con la supervivencia económica, como sí lo es en el caso de aquellos hogares que tienen que salir airosos rascándose el bolsillo, como, por otra parte, hacen un día sí y otro también durante todo el año.

Pero también conozco a un buen puñado de amigos y familiares que han sobrevivido al impacto de las Navidades alejándose del ruido, de las comilonas, de los villancicos, de los belenes, de las cabalgatas y de todos los rituales que se escenifican en estas fechas. Son personas que viven estos festejos como el resto de días del año, esto es, con absoluta normalidad, alejándose, por voluntad propia, del bullicio y la algarabía que suelen producir confusión, desconcierto y emociones momentáneas y pasajeras. Para estas personas, la "cuesta de enero" solo es una frase más, pues sus vidas no se han visto alteradas por ningún acontecimiento especial para el que hayan tenido que dedicar unos ahorros extra, tanto en emociones como en recursos económicos, con el fin de hacer frente a lo que para otros ha sido un auténtico sacrificio e incluso, en algunas circunstancias, un auténtico potro de tortura. En cualquier caso, todas las opciones elegidas son legítimas, aunque no siempre sean las más aconsejables.