Han transcurrido más de veintiún años desde aquel 1995 en que vestía por última vez el uniforme de la Policía Municipal. No puedo negar que han sido muchas las noches en las que he soñado estar de servicio todavía, realizando las actividades propias del cargo, pero vivir la jubilación es una realidad que no tiene vuelta atrás.

Realmente, ya lo dije en mis palabras de despedida, mi pase a la situación de jubilado como jefe del Cuerpo de la Policía Municipal de Zamora suponía para mí una liberación. Quedaba libre de muchas responsabilidades y preocupaciones, puesto que estaba obligado a responder día a día, minuto a minuto de todos los actos, míos y de todos los miembros de la plantilla. Había que dar cuenta de cuantas novedades ocurriesen al alcalde, como jefe supremo del Cuerpo, y a la ciudadanía, para la que prestabas el servicio.

Una vez jubilado, no hay más obligación que la de intentar vivir un día más cada día. Lo que no impide que mi pensamiento se desvíe de vez en cuando hacia un Cuerpo al que pertenecí cuarenta y seis años y en el que mi hijo José Luis continúa vistiendo el mismo uniforme, ya tiene el pelo blanco como yo y acumula más de treinta años de antigüedad.

Y tengo que dedicar un entrañable recuerdo a mi padre, que estuvo en el Cuerpo de la Guardia Municipal de Zamora desde el año 1935 hasta su jubilación en 1966. O sea, que entre abuelo, padre e hijo acumulamos más de cien años al servicio del Ayuntamiento de Zamora y sus ciudadanos.

Hoy, viendo la foto en la que tengo junto a mí a mi hijo, no puedo por menos que sentir el paso de los años y la satisfacción de poderlo contar.