Que con la situación que se lleva mucho tiempo, demasiado, viviendo en el país, se homenajee tanto a la Constitución, no deja de ser un ejercicio más de perplejidad. El mejor homenaje que se podía hacer a la Carta Magna era reformarla, pero mucho, de cabo a rabo. Parece que PP y PSOE estarían dispuestos a efectuar algunos cambios, pero más bien pocos y muy medidos y calculados. Algo así, vamos, como hicieron los mal llamados padres de la Constitución, que elaboraron un texto supremo pero no para el pueblo, sino para los partidos y para los políticos, un escaparate del más absoluto absolutismo, valga la redundancia, todo para el pueblo pero sin el pueblo, al que ni siquiera se dotó de una verdadera representación democrática y real, fiándose el poder a la partitocracia.

Así se está y así le va al país, lastrado por la disparatada estructura que la Constitución consagró en su día, con la aprobación de los españoles que acababan de salir de la dictadura y ansiaban aires nuevos de libertad, democracia y participación política. No se puede sobrevivir si se gasta más de lo que se ingresa. Algo elemental. Café para todos, se dijo, y se dividió España en l7 parcelas autonómicas. Pero ¿no viene a decir la Constitución, precisamente, que es una nación indivisible? El café lo siguen pagando los ciudadanos y a un precio muy caro. Pues los sucesivos gobiernos tanto del PSOE como del PP no han hecho otra cosa que consolidar el estado de privilegio en el que cunde el caldo de cultivo de una clase política gobernante que ha degenerado, como no podía ser de otra manera, en una desatada corrupción y en una mediocridad e incompetencia manifiestas.

Rajoy, que tanto prometiera antes de 2011 que iba a reducir a la mitad o menos el inmenso costo de las tantas mastodónticas y faraónicas administraciones, no solo incumplió su palabra, sino que con sus desacertadas medidas disparó el déficit públicos a niveles desconocidos en la historia de España. Cuando le han preguntado al expresidente Aznar sobre las nuevas disposiciones de su sucesor en el PP en materia económica ha contestado discretamente que prefiere no opinar. Aznar, como tantos votantes de la derecha, cada día se muestra más disgustado con Rajoy, y no lo disimula, aunque tampoco es cuestión de pensar en la vuelta del expresidente y los halcones de la vieja guardia del partido, pues su tiempo pasó. Pero la sociedad, como reacción a la amenaza auténtica del rancio populismo marxista de las izquierdas radicales, se ha hecho y se va hacer más conservadora.

Aquí, el PP mantiene su liderazgo en las urnas, y su Gobierno, en minoría en ambos casos, y eso que la mayor parte de la gente afín al PP no quiere a Rajoy, ni admite la deriva del partido y su trágala con la corrupción y las leyes que van contra su ideología, contra sus valores, principios y tradiciones, pero que se admiten para no perder votos. Es lo que hay y ni siquiera caben otras expectativas ni esperanzas, con Ciudadanos que ya se ha visto lo que da de sí y de no. No hay tanto que celebrar, aunque haya algo, en la fiesta de la Constitución, salvo por los que la celebran: los políticos.