Recuerdo un dicho que repetía mi madre con cierta frecuencia: "Si quieres ver a tu compañero andar, párate a mear". Si lo aplicamos al tiempo, podría quedar como sigue: "Si quieres sentir el paso del tiempo, celebra aniversarios". Y efectivamente, así lo he vivido ayer al participar en los actos del 25 aniversario de los estudiantes de la primera promoción de la diplomatura de Trabajo Social, de la Universidad de Salamanca, reunidos en la Facultad de Ciencias Sociales para rememorar viejas andanzas, tras una travesía temporal que, como en la vida de cualquier persona, no tiene desperdicios. En mi caso, los 25 años de esta promoción coinciden prácticamente con la trayectoria laboral que he seguido en la universidad, donde aterricé un día del mes de enero de 1991, en la calle Espejo, ubicación de la antigua Escuela Universitaria de Trabajo Social, donde iniciaron su formación muchos de los profesionales que hoy se dedican a tareas relacionadas con el bienestar social y los servicios sociales.

Este tipo de actos son muy saludables. A veces sirven para restañar heridas, superar frustraciones, reforzar amistades o incluso para labrar relaciones que no se hubieran producido sin intermediar un pretexto, como el aniversario que comento. De lo vivido ayer, me quedo con varios testimonios que no tienen desperdicio. Fue llamativo escuchar a quienes en la etapa de estudiante, hace ya más de 25 años, formaban parte del grupo de los de abajo, esto es, quienes apenas tenían lo básico y necesario para estudiar en la ciudad charra. A diferencia de otros compañeros de promoción, estas personas escasamente disfrutaban de las bondades de la llamada vida estudiantil en cuanto a ocio, fiestas y divertimentos. Pues bien, aunque algunos crean que la desigualdad social ya no existe en el ámbito universitario, los contrastes siguen dándose en la actualidad, visibles, por ejemplo, en las distintas posibilidades de acceso que los estudiantes tienen en cuanto al consumo de objetos materiales y simbólicos.

Pero lo valioso viene a continuación. Muchos alumnos que lo pasaron mal han alcanzado la cima del éxito profesional como el resto, con lo que la satisfacción que sienten al compartir los sentimientos de antaño y los de ahora es difícilmente explicable con palabras. ¡Hay que vivirlo en carne propia! Y es que reconforta comprobar que en una época de tu vida hayas sentido los efectos perversos de la desigualdad y que, con el paso del tiempo, se hayan conseguido los mismos objetivos que quienes disfrutaron, desde el minuto uno de la vida, de mayores facilidades. Las personas que han llegado a la meta sorteando un mayor número de dificultades tienen un plus sobre el resto. Habiendo esquivado numerosas piedras en el camino son una lección para todos. De ellas podemos aprender mucho más que de quienes han nacido en una familia con más fortuna. Y esto sucedió ayer en una ceremonia emocionante, en la que también pude sentir que los primeros 25 años de mi vida profesional han pasado a toda pastilla.