Corría el año 1983 cuando en el primer Gobierno de Felipe González, el ministro Javier Moscoso dictaba una instrucción por la cual los funcionarios públicos en lugar de beneficiarse de la subida salarial del doce por ciento que les correspondía de acuerdo al incremento del índice de precios al consumo (IPC) de aquel año, obtendrían seis días de libre disposición para asuntos particulares. La fórmula no tuvo menos éxito que el nombre, ya que esos días han permanecido y aumentado en cantidad con el paso del tiempo y se han consagrado -hasta en el diccionario de la Real Academia- con el nombre de "moscosos".

Con el sinvivir de estos años en los que según Zapatero la crisis nunca empezó y según Rajoy acabará por sí misma, nuestro recién prorrogado Gobierno empieza a hacernos añorar el año que hemos vivido con ministros en funciones, presidente de mitin, parlamentos intermitentes y nuevas legislaciones paralizadas. No es por volver a recordar el optimista augurio de Borges de que algún día mereceremos no tener Gobierno o por seguir los aplausos de algunos de los más ortodoxos liberales que veían, el lado bueno de la inestabilidad político-electoral en el hecho de que mientras no hubiera Gobierno en plenitud de facultades no nos subirían los impuestos y la economía podría respirar por sí misma.

Mirando los datos con distancia y frialdad, el año transcurrido, de otoño a otoño, desde la convocatoria electoral de 2015 a la investidura del nuevo Gobierno Rajoy, ha sido un próspero período. Mejora de la actividad industrial, crecimiento del producto interior bruto y reducción del desempleo. Ha sido también el único período de doce meses desde que hace cinco años tomara posesión el actual presidente en que los tributos han descansado en su escalada.

Ahora hemos vuelto al duro y crudo invierno y aquí con capa y colmillo renovados, vampiro Montoro, antiguo liberal (se decía), vuelve a ser el amo de la pista. Ataca, sangrando obsesivamente a autónomos, empresas y contribuyentes en general, mientras sonríe en televisión con esa mueca cinematográfica que merece título de película de terror de serie B.

Sociedades, impuestos especiales, catastrazo y a las bebidas azucaradas componen solo el inicio de la larga ristra que nos espera entre la conformidad de unas izquierdas que, ancladas en el anacronismo, siguen defendiendo que el dinero de cada uno de nosotros es mejor que nos lo administren otros, no siendo que cayendo en el egoísmo nos dé por empezar a crear riqueza, generar empleo y sembrar prosperidad en lugar de permitir la supervivencia de unas administraciones públicas hipertrofiadas y alimentadas con el suero intravenoso del gasto incontrolado. De unos recursos que, por ser de todos, no son de nadie. Con esto España no va a ir mejor. Aunque, el ministro quizás alcance, como Moscoso, la inmortalidad para su nombre y a sablazo, saqueo, asalto o pillaje, podamos unir otro sinónimo de abusivo incremento de la carga fiscal. "Hagamos otro montoro", podrán decir sus sucesores.