Las proyecciones de población que ha publicado el Instituto Nacional de Estadística (INE) esta misma semana, no solo para la provincia de Zamora, sino también para el resto de España, ha sido uno de los temas que más espacio y tiempo ha ocupado en los medios de comunicación. Este interés demuestra que los asuntos relacionados con la caída previsible de los recursos humanos, el progresivo envejecimiento de la población y las consecuencias de unos y otros fenómenos demográficos durante los próximos años empiezan a calar en el imaginario colectivo. En el caso de Zamora, estos temas ya no nos pillan por sorpresa. Como suele decirse, estamos vacunados o, más bien, prevenidos ante lo que se nos viene encima. Sin ir más lejos, en 2002, cuando publiqué el libro "Voces desde el oeste. Una radiografía provocadora de Zamora y sus gentes", tuve la ocasión de resaltar que estos asuntos no solo ocupaban sino que sobre todo venían preocupando a los zamoranos desde hacía mucho tiempo.

Y aquí estamos de nuevo con las mismas preocupaciones de siempre, resumidas en una sola pregunta: ¿qué será de nosotros si, como es previsible, se cumplen los pronósticos más pesimistas que el INE barrunta para estas tierras? Algunos ya otean en el horizonte una provincia condenada a la extinción, esto es, sin niños correteando por las calles y con muchas personas de edades muy avanzadas que solo esperan, con la calma y la sabiduría que les caracteriza, a echar el cerrojo definitivo en sus vidas. Una provincia que en otras épocas (años cincuenta del siglo veinte) llegó a alcanzar los 315.000 residentes se encuentra ahora con poco más de 180.000 empadronados. Y con visos de que la caída, lejos de frenarse, se acentúe aún mucho más. El panorama, por tanto, sería catastrófico; esto es, si las cosas no cambian o si nadie lo remedia (¡vaya usted a saber quién puede hacerlo!), estas tierras tendrían los días contados, con lo que la desaparición de muchos pueblos será una realidad durante los próximos años.

Ahora bien, ¿es inevitable mantener un discurso tan pesimista como el que estamos acostumbrados a escuchar? ¿No caben otras miradas y otros análisis que hagan hincapié no solo en los problemas, sino sobre todo en los retos y en las posibilidades de actuación en una provincia con abundantes recursos? Según parece, no; sin embargo, no puedo estar más en desacuerdo con estos planteamientos catastrofistas que ponen más el acento en las dificultades que en conocer el origen de las mismas o que no emplean ni un segundo en aportar propuestas coherentes y racionales de actuación que poner en marcha para tratar de invertir la situación que supuestamente tanto nos acongoja. Sé que este discurso optimista es muy minoritario en Zamora y que, como dice un buen amigo mío, lanzarlo al aire es casi tanto como predicar en el desierto. O tal vez sea, como piensan otros colegas de profesión, que en estas tierras del oeste faltan creatividad e imaginación para darle la vuelta a la tortilla. Y sí: nos faltan, nos faltan.