Con el inicio de un nuevo curso académico es oportuno hacer algunas consideraciones sobre la importante labor que cumple la universidad en todos los ámbitos. Los titulados universitarios serán los responsables de la gestión pública y social, bien en el ámbito de la empresa o en el de las administraciones; y, todos ellos, con independencia de la titulación, tendrán que contribuir, con sus conocimientos, a resolver los más graves problemas y retos de la economía, del derecho, de la ciencia, de la cultura, etc.; lo cual, a su vez, contribuirá a configurar una sociedad más desarrollada, más equilibrada, más equitativa, más documentada, más formada en definitiva.

Por lo tanto, el profesorado, el primer responsable de que se logre "la excelencia académica", tendrá que procurar "estar al día" en los avances de la ciencia que explica, como investigar sobre ella, transmitiéndoselos a su alumnado, lo que contribuirá a su motivación, como requisito para su aprendizaje; lo que requiere vocación, dotes pedagógicas, gusto por el estudio, empatía con el alumnado; objetividad y rigor en los procesos de selección, con independencia de que el candidato sea, o no, de "la casa", de la "escuela de..."; vaya, pura endogamia, etc.

Como en toda tarea laboral, un aspecto importantísimo para lograr el máximo estímulo en su desempeño es que esté adecuadamente compensada pecuniaria y no pecuniariamente; teniendo en cuenta el tiempo, el esfuerzo, el riesgo, la incertidumbre, etc. que supone la obtención de un puesto docente, con independencia de su vinculación administrativa, y considerando que, "a trabajo igual, retribución igual", tendrían que tener similares retribuciones.

La responsabilidad de que la universidad pública cumpla con los objetivos que la ley le marca, rentabilice los recursos públicos que a tal fin les facilitan los contribuyentes tributarios, depende también de los destinatarios de la transmisión de los conocimientos que le ofrecen, inculcan y estimulan los docentes: los discentes, que deberían tener el adecuado sentido de responsabilidad, de una mínima educación que implique respeto y consideración a quiénes le ofrecen desde la "tarima" lo mejor: saberes; de disponer de una sólida base de lo que debieran haber aprendido en los niveles educativos previos, de una clara vocación por el estudio y la carrera que sigan, de lo que dependerá su adecuado, o no, ejercicio profesional y calidad de sus prestaciones a la sociedad, a la que todos nos debemos.

Y por supuesto, evitando los supuestamente responsables académicos actitudes demagógicas y populistas, sin rigor científico, sin contrastar, y solamente basadas en supuestas simpatías, filias y fobias, que conduce a quienes tienen el deber de dar mucho y bien a solo preocuparse de si el "profe es guay", porque cuenta "chascarrillos" en el aula, "no da muchos apuntes", "aprueba todo chichirimundi, vamos una "maría", para quitarse cuanto antes matriculados de encima", tiene "imagen física", etc., etc., etc.; pues a bastantes solo les interesa aprobar, no saber, no estudiar, solo fiesta, fiesta y fiesta. Así nos va al acabar, sin los conocimientos sólidos que se debieran haber obtenido, además de un buen nivel de idiomas e informática; y los puestos de trabajo; especialmente los más atractivos, los mejor compensados, los que tienen más horizonte de desarrollo personal y profesional los obtienen los serios, los trabajadores, los que realmente saben, "que haberlos haylos".

Marcelino Corcho Bragado