En la actualidad no podríamos entender la vida sin frigoríficos, hielo o agua potable en todas las casas. Pero no siempre ha sido así. Sin embargo, a lo largo del tiempo se han ido ideando construcciones, artilugios y publicaciones, teniendo a dicho fenómeno atmosférico como objetivo, para intentar hacer la vida mucho más llevadera.

Todavía se conservan y se pueden ver, extramuros de la ciudad de Zamora, al otro lado del Duero, en el barrio de San Frontis, en Rabiche, (también los hubo en la zona de Las Vegas) pozos de nieve o neveros donde se metía la nieve en bloques que se recogía al inicio de la primavera. Se encalcaban o apretaban para que ocuparan menos espacio y para que duraran más tiempo. Recuerdos de otras épocas que han perdido su vigencia.

El aprovechamiento de la misma por el ser humano se remonta a épocas y culturas lejanas, Mesopotamia, Egipto, China, etc. Siempre ha sido un bien escaso y muy apreciado, utilizado para enfriar bebidas y alimentos, para elaborar aloja, compuesta por agua y miel fundamentalmente, sorbetes, helados y para uso médico, con ella se rebaja la fiebre, se calman las congestiones cerebrales, las inflamaciones, se detienen hemorragias y muchos remedios más.

Tras el invierno, se reagrupaban las cuadrillas de los hombres de la nieve los cuales la partían, la trasportaban y la tapaban con ramajes y después lo cubrían todo con tierra para que se conservara. Los neveros zamoranos son muy tardíos, del siglo XVI. Se sacaba en verano y se distribuía tapada con trapos mojados, entre ramajes y sacos de sal.

Se abandonaron dichos neveros a partir del siglo XIX, al surgir las máquinas de refrigeración y en el XX, cuando se empezó la fabricación artificial del hielo, se acabaron cerrando definitivamente.

La nieve y los pozos de la nieve han generado una profusa literatura.

De todas las leyendas antiguas conocidas, la que más me gusta es una de las versiones de la japonesa Yuki-onna: fantasma trasparente de belleza efímera, que se muestra en numerosas ocasiones a los viajeros cuando ocurren ventiscas o tormentas de nieve, la cual con su respiración los convierte en estatuas de hielo. Flota en el aire y por eso no deja ninguna huella, viste un kimono blanco y a veces se aparece desnuda. Si se siente amenazada se trasforma al instante en nube, niebla o nieve.

El primer libro que se conoce, publicado hasta el momento sobre el tema, es un breve tratado de 15 folios en su primera edición de 1569, que pertenece al valenciano, Francisco Franco, médico que fue del rey de Portugal, Juan III, y catedrático de la Universidad de Sevilla, titulado: "Tratado de la nieve y uso de ella".

En dicha obra recomienda el autor no mezclar nunca la nieve con otras bebidas, sino ponerlas cerca para que se enfríen por contacto, debido al carácter pestilente de las aguas que se convierten en nieve. Cita a numerosos autores antiguos para corroborar sus ideas, entre otros a Plinio que dice lo siguiente: "Gócese del deleite de la frialdad sin los vicios de la nieve".

No todos podían tomar bebidas frías, "La nieve es mala para los viejos (?) y daña los nervios".

También reconoce Franco, que se usaba dentro de los calentadores de cama para enfriar las sábanas en épocas de mucho calor o en procesos febriles.

En 1528, el médico y farmacéutico valenciano Francisco Micón, había publicado a su vez, su "Alivio de sedientos", donde explicaba la importancia de la nieve en la dietética, en la medicina, en la gastronomía, etc. En el prólogo cita que lo escribió por "La necesidad que tenemos de beber frío y refrescado con nieves".

Otro médico sevillano del Renacimiento, llamado Nicolás Monardes, gran botánico y también traficante de esclavos, escribió hacia 1571, el "Libro de la nieve y del beneficio del beber frío".

Como en la vida, también la nieve va cambiando su significado, y este depende de la forma de mirar de los hombres en cada época. Por eso, no quiero dejar de citar, una novela de Orhan Pamuk: "Nieve", la cual el autor encabeza con la siguiente cita de Stendhal: "La política en una obra literaria es un tiro de pistola en medio de un concierto, algo grosero, pero imposible de ignorar. Estamos a punto de hablar de cosas feas".

En ella, el poeta y periodista turco Ka, exiliado en Alemania, es convencido por un amigo para que vuelva al país, concretamente a su ciudad natal de Kars, donde nieva durante todo el tiempo, por lo que sus habitantes acaban aislados, cuando los islamistas están a punto de quitarle el poder a los musulmanes, para investigar por qué numerosas jóvenes se suicidan, al no permitírseles asistir a la escuela con la cabeza cubierta. Por supuesto la violencia de los órganos de represión es inimaginable. En ese ambiente el protagonista debe enfrentarse a la diferencia insalvable que se le presenta, al comparar la cultura que acaba de dejar y la suya propia, así como a la falta de esperanza que invade a la Turquía a la que acaba de regresar. También se entrecruza una historia de amor.

Y la nieve es algo más que un fenómeno atmosférico, se convierte en la obra en un símbolo, en una manera de sentir la soledad, el aislamiento y el desamparo. Valga una de sus frases como ejemplo:

"El silencio de la nieve, pensaba el hombre que estaba sentado inmediatamente detrás del conductor de autobús. Si hubiera sido el principio de un poema, habría llamado a lo que sentía en su interior el silencio de la nieve".