De una página literaria publicada en la prensa local de 1901, extraigo una crónica en tono humorístico de los acontecimientos en tiempos de los godos.

Es oportuno recordar que los reyes godos accedían al trono por elección y no por herencia, fueron tantos en tan poco tiempo que en la escuela nos enseñaban a recitar de memoria la lista de unos pocos solamente. Cambiaban con tanta frecuencia, que algunos reinaban solamente por unos días.

Dice la crónica que, "sometida nuestra región al dominio de los godos, tuvo que regirse por las leyes de estos, compendiadas en la colección legislativa que se conoce con el nombre de leyes teodoricianas" y las cuales en nuestros días han sido sustituidas por las "leyes del embudo".

A Teodorico y Eurico siguió Leovigildo, el cual logró por completo expulsar a los suevos de España, derrotándolos en una sangrienta batalla, en el sitio donde hoy se halla situado Cubo del Vino, vertiéndose tanta sangre que a esto se debe el que los vinos de este pueblo sean tan sabrosos y tengan tan buen color.

Sucedieron después a Leovigildo, Sisebuto, Chintila, Tulga y Chindasvinto que había nacido en lo que hoy es San Román de la Hornija, en donde fundó un suntuoso monasterio, del cual se conservan los sepulcros de aquel y de su esposa Riceberga, una columna de la iglesia con varias molduras, el retablo del altar mayor y unas babuchas que para andar por casa usaba la reina consorte. Créese que de aquella época data también la construcción de la iglesia de Santa María la Nueva.

Del mismo lugar que Chindasvinto, era natural su hijo Recesvinto, que le sucedió en el reinado y a la muerte de este, no hallando monarca, los nobles fueron a buscar y aclamaron al anciano Wamba, al que fue preciso amenazar de muerte para que aceptara el mando.

Los recuerdos que de la dominación goda nos han quedado, son escasos, pues a los anteriormente mencionados, solo nos resta añadir la inscripción hallada en el siglo XIII en el sepulcro de san Ildefonso, una moneda de oro del reinado de Recesvinto, los nombres de los pueblos de Bamba, Ungilde y Hermisende, un gorro frigio que apareció en una sepultura, casi petrificado y un catecismo del padre Astete, prueba indudable de que los godos eran hombres de letras.

No cabe duda que el autor de la crónica (J. Bugallo) quiso recordar a los godos y a nuestras tierras con un humor posiblemente cuestionable, pero es cierto que tenemos reminiscencias de los bárbaros que llegaron del norte hace mil seiscientos años.