Aunque la habitual tendencia es la de poner en valor lo negativo en lugar de subrayar lo mucho y bueno que también tenemos en Castilla y León, creo de justicia destacar aquí la pujanza exterior de nuestras empresas hasta el punto de que han situado a la comunidad en los últimos meses a la cabeza en el crecimiento de las exportaciones de bienes y servicios. Este indicador económico arroja superávit cada trimestre y, más allá de haber sido una herramienta imprescindible para salir de la crisis, lleva camino de convertirse en la punta de lanza del cambio de mentalidad entre el empresariado y entre quienes diseñan las políticas económicas. La internacionalización ya no se ve solo como una necesidad, sino que -y esto es lo más importante- se percibe como la mejor opción estratégica para ser más fuertes y ganar cuota de mercado de manera sostenible.

Sin duda, sería un grave error caer en la autocomplacencia, sobre todo, cuando el camino es aún largo y tortuoso. Pero de ahí a negar la evidencia tampoco parece lo más apropiado y coherente. Es más, debemos ser nosotros mismos los que creamos firmemente en nuestras potencialidades, en la calidad de los productos y en la capacidad de gestión y liderazgo de nuestra gente. Los desafíos son muchos y complejos, como se ha puesto de manifiesto en las últimas citas empresariales, donde el foco se ha dirigido a nuestra economía productiva, especialmente la derivada del sector agroalimentario. Nuestra balanza con Estados Unidos es un claro ejemplo de ello, al ser el principal país no europeo con el que tenemos las mayores relaciones comerciales. Por ello, debemos dar un salto cualitativo en este sentido y no solo por razones económicas, sino también por las de índole cultural e histórica. No en vano, fue la Corona de Castilla la que, de la mano del vallisoletano Juan Ponce de León, descubrió en el año 1513 la península de Florida. Así que hay suficientes argumentos de peso como para animar a redescubrir un territorio que, en lo económico, supera con creces a todo el conjunto de la Unión Europea.

También conviene, ahora que el Reino Unido ha dado un paso atrás, estar preparados para ese potencial flujo económico que prevé el Tratado de Libre Comercio que se negocia desde 2013 entre la UE y Estados Unidos. Un acuerdo cuyos beneficios caerán, según todos los estudios independientes, del lado español al incrementar nuestra economía en tres puntos adicionales durante sus primeros cinco años de vigencia, favoreciendo a su vez el aumento salarial y las opciones de internacionalización de las pymes. Estamos, por tanto, en la estación por donde pasará un tren que no nos conviene perder. Muy al contrario, debemos estar lo mejor preparados para subir incluso al vagón de primera, generando la captación de inversiones y todas las oportunidades posibles. La industria agroalimentaria, por encima de la automoción y de los bienes de equipo, representa de manera inequívoca el mejor billete parar engancharse a esa imparable evolución que, si los resultados de las elecciones presidenciales de noviembre no lo impiden, vendrán del otro lado del Atlántico. Y España en general y Castilla y León, en particular, tienen la llave para darle la vuelta a un dato tan apabullante como revelador como es el hecho de que nuestro país sea tan solo el vigésimo sexto socio comercial de EE UU, mientras que Estados Unidos es ya nuestro sexto socio comercial.

Hay fórmulas colaborativas entre el sector privado y el público como para tratar de reducir esa tremenda brecha.

Si hace cinco siglos fuimos capaces de descubrir nuevos mundos, ¿por qué no vamos a poder lanzarnos a la conquista de un mercado potencial de 325 millones de habitantes, de los que, además, una cuarta parte habla nuestro idioma? La respuesta está, créanme, está en nuestras propias manos.