Ya lo dijo El Gallo, aquel torero mítico: "Hay gente pa to". Y es que le acababan de presentar a Ortega y Gasset, y cuando le dijeron que era filósofo, esa fue la respuesta del maestro de la lidia. Sí, hay gente para todo, en aquellos tiempos, y en estos, siempre ha habido y habrá. Gente capaz de lo mejor y lo peor, o viceversa. Y sobre todo en los ámbitos difusos, confusos, y convulsos de la política.

Es el caso de ese artículo, aparecido en un medio digital de izquierdas, en el que un tipo, al parecer un periodista norteamericano conocido en su casa, y aprovechando los 80 años del comienzo de la guerra civil pide que el Valle de los Caídos sea dinamitado por resolución parlamentaria. No basta ya con reinventar ni reescribir a su manera la historia, sino que hay que dinamitarla. El escrito, que ya ha pasado a la Fiscalía, tras una demanda, cuenta con la adhesión de algunos pocos, se supone que sucesores de los vencidos. El disparate ni siquiera ha causado apenas polémica, por el desprecio total que su contenido suscita. El autor compara la majestuosa basílica, con la cruz más grande del mundo, con el búnker en el que se suicidó Hitler, que fue destruido. Pero no lo compara, por ejemplo, ni con el mausoleo de Lenin, aquel profeta del comunismo que vaticinó y escribió que España sería el segundo país en gozar de la dictadura del proletariado, ni con la tumba del carnicero Stalin, responsable supremo de la muerte de millones y millones de personas. En cuanto a la comparación con el búnker alemán no es comparable para nada, pues en el Valle de los Caídos reposan para la eternidad los restos no solo de Franco y José Antonio sino los de casi 40.000 muertos de ambos bandos, caídos en los frentes de batalla o en los múltiples asesinatos que por ambas partes de produjeron. El Valle no es desde hace muchos años, y por ley, lugar de peregrinación ideológica, sino una propiedad del Patrimonio Nacional reconvertida en un centro más de turismo interior, con menos visitas cada vez pero con unos beneficios de dos millones de euros anuales, que no está nada mal. En fin, orates ha habido y los habrá siempre. Ni caso, pues.

Otra muestra, distinta, puede ser lo de Cañamero, el jornalero diputado de Podemos, que una vez tomada posesión de su escaño ha acudido a un notario para firmar su renuncia al aforamiento que le concede graciosamente su puesto, pues no quiere disfrutar de privilegios. Cañamero fue el que se presentó en la constitución de las Cortes con una camiseta pidiendo la libertad de un compañero del campo andaluz, que está en la cárcel por agredir a un concejal que le recriminaba una protesta.

E igualmente del mismo escenario, aunque de partido distinto, del PSOE, proviene la actitud, digna y rara, dado lo que se está acostumbrado a percibir entre la clase política, y es que el expresidente del Congreso en la breve legislatura anterior, Patxi López, ha dicho no al sueldo de 11.000 euros mensuales que le correspondía al dejar de ocupar el puesto, otro de los muchos y vergonzosos chollos que los diputados se asignaron a sí mismos. Aunque, en realidad, no ha sido el primero, pues su predecesor, Jesús Posada, del PP, ya había hecho antes lo mismo. Son gestos, sí, pero ahí quedan.