Ya no quedan palabras. Conmoción, dolor, rabia, impotencia, y un difuso sentimiento de inseguridad porque el ataque loco del terrorismo yihadista puede repetirse en cualquier sitio, en cualquier momento, sin que fatalmente nadie lo pueda evitar. Francia llevaba meses en estado de excepción tras sufrir otras dos masacres del fanatismo islámico en un año, pero aun así, a pesar de todas las alertas y medidas de vigilancia bastó que un asesino demente y frío subiese a un camión y arremetiese con el vehículo, arrollando a una multitud espantada, para que el suelo del Paseo Marítimo de Niza, el centro turístico de la francesa Costa Azul, se tiñese de sangre y muerte. Más de 84 muertos contabilizados y más de un centenar de heridos, bastantes de ellos en situación de extrema gravedad. Es el horror.

Era el 14 de julio, el día de la Bastilla, la fiesta nacional francesa, y la gente vivía la fiesta en la calle, llenando el lugar para presenciar los últimos festejos de la celebración, los habituales fuegos artificiales nocturnos del fin de la festividad. Y entonces llegó la fatalidad, un camión blanco conducido por una especie de demonio enloquecido y criminal que arremetía dando bandazos y a enorme velocidad por el centro de la ciudad turística. La policía consiguió abatir al terrorista, de origen tunecino, pero la terrible matanza era ya una realidad que sumía a la vecina nación en un desconsuelo y un miedo inevitables. Han sido muchos atentados en tierra gala en muy poco espacio de tiempo, lo que parece dar a entender que Francia, lo mismo que Bélgica y Turquía, es uno de los objetivos de los yihadistas. Turquía, por cierto, que acaba de sufrir un intento de golpe de Estado abortado por el pueblo en la calle, pero que ha costado 90 muertos que sumar al balance de este julio, un mes siempre caliente y sangrante, trágico, como la historia demuestra.

El presidente Hollande anunció enseguida la continuación del estado de excepción y más medidas, entre ellas la intensificación de la lucha en Irak y Siria contra el terrorismo del llamado Estado Islámico. La noticia ha tenido una gran repercusión en Europa y en todo el mundo, dado que nadie está libre de ese riesgo cierto. Pero o se toma de una vez una postura drástica y definitiva en torno a este gravísimo problema, algo que requiere una unión sin fisuras ni contemplaciones, o el mundo libre y occidental seguirá a expensas de la barbarie de los asesinos. Cuando ocurre una matanza como la de ahora todos los dirigentes políticos pregonan lo mismo, mas el tiempo va pasando luego, la lucha se ralentiza y los cobardes ataques criminales vuelven a repetirse. No quedan palabras, pero sí quedan los gestos: las condenas, las concentraciones de protesta, los minutos de silencio, la incomprensión y el dolor.

Son otras soluciones las que se precisan. En España, tan cerca de Francia, el asunto preocupa mucho. Los partidos del pacto antiterrorista se han reunido con el ministro de Interior que ha anunciado el aumento de las medidas de seguridad en los lugares turísticos de las costas, en las fronteras, y allá donde puedan darse cita grandes masas de personas. Todas las precauciones son pocas.