Se puede entender fácilmente que el PSOE haya sido castigado en estas últimas elecciones, pues a la tibieza de su reacción ante el caso de los ERE se une ese navajeo interno que se traen sus barones y que, por mucho que traten de disimularlo resulta imposible que no trascienda hacia sus votantes. También se entiende que a Podemos se le haya dado un buen capón, pues sus oscilaciones ideológicas no ayudan a que la gente esté segura de lo que ofrecen, ya que nadie conoce cómo van a terminar de posicionarse. No se entiende, sin embargo, el castigo recibido por Ciudadanos que, hasta ahora no solo ha sido claro en sus propuestas sino también pactista hasta la saciedad. Menos aún se comprende como se ha podido premiar al PP, a quien un día sí y otro también le van saliendo nuevos casos de corrupción, haciendo que haya pasado por sus filas el mayor elenco de golfería de la moderna historia de España.

Pero esto de la política es así, ya que, en esta sociedad que tenemos y de la que tanto presumimos, no se cumple aquel dicho de que "Dios castiga a los malos para ejemplo de los buenos", sino justamente lo contrario. De manera que aquello de "poner un corrupto en tu mesa" no sea algo lesivo y descalificante, sino más bien ideal para ganar unas elecciones de manera abrumadora. Y es que algo debe estar fallando en esta democracia que nos hemos dado, en esta sociedad tan desarrollada, porque si la honradez llega a ser una rémora para poder dirigir un país apañados estamos.

Ya se sabe que, el día después de las elecciones, en el análisis que hacen los partidos políticos, jamás nadie ha llegado a perder. Así, Podemos presume de haber sacado de la nada un partido con varios millones de votos, Ciudadanos de que ha sido la ley D'Hont la que le ha quitado ocho de los diputados que tenía en diciembre pasado, el PSOE de ser la primera formación de la izquierda, y el PP de haber barrido a derecha e izquierda, habiéndose permitido el lujo de destruir ordenadores. Todos encuentran motivos para no mostrar insatisfacción, para justificar lo bien que lo hacen, cuando en realidad ninguno ha llegado a ganar, pues quien ha ganado, y por mayoría, es la abstención.

Ha sido, esta vez, a diferencia de otras muchas elecciones, una abstención significativa, pues su número supera al de votantes de cualquiera de las formaciones políticas, representando un número similar a la suma de PP y Ciudadanos, o de PSOE y Podemos. Y eso sin que nadie haya hecho campaña proponiéndoselo a la gente, sin haberse gastado un euro en publicidad y marketing ni dando la vara a los ciudadanos, sino por pura convicción de los mismos. No estaría de más que las cuatro formaciones que ahora estarán discutiendo sobre quien gobierna, tomaran nota del número de ciudadanos que no han querido emplear su tiempo en acercarse a las urnas, bien haya sido por desilusión o por falta de credibilidad.

Tampoco deberían sacar pecho por el porcentaje de participación conseguido, ya que ha sido logrado merced al machacón despliegue de la campaña del miedo, que ha hecho aumentar significativamente el número de votantes, unos por miedo a la derecha y otros a la izquierda.

Los cuatro jinetes del poder deberían empezar a contar más con los ciudadanos, de dejar de mentirles descaradamente, de prometerles lo imposible, de ningunearlos, pues corren el riesgo que, en unas próximas elecciones, algún oportunista tome nota y cree el "partido abstencionista" que, con toda probabilidad, tendría casi asegurada la victoria.