Cuando mi hija Violeta hizo la rotación en su formación como residente de Psicología Clínica, estuvo un tiempo trabajando en una Unidad Hospitalaria de Cuidados Paliativos. Un equipo de profesionales especializados en las distintas necesidades que pueden tener las personas en los últimos momentos, que a veces se hacen tan largos, de su vida. Ella estaba aprendiendo? Y lloraba. Pero descubrió que había momentos en que lloraban todos, aunque llevaran muchos años mitigando el sufrimiento de quienes esperan el final de la vida.

Los cuidados paliativos son un derecho más de los enfermos: el derecho a cuidar cuando no se puede curar. La Organización Mundial de la Salud indica que "constituyen el tratamiento cuidadoso de todas las problemáticas que afectan al enfermo, sean estas de tipo somático, emocional, ético, social o de otro tipo".

Como casi todo el mundo ha vivido situaciones duras de cerca, con familiares o amigos, resulta indignante saber que en una provincia como Zamora solo hay una unidad hospitalaria de cuidados paliativos, que ha sufrido recortes en los que ha desaparecido prácticamente todo el equipo -denuncia la Plataforma en Defensa de la Sanidad Pública- y que los cuidados paliativos domiciliarios solo existen en la capital y en un entorno de 30 kilómetros; es decir, que la mayor parte de la gente de Zamora carece de este humanitario servicio.

Más indignante si cabe ha sido la acusación por parte de algún representante provincial del gobierno actual de que la Plataforma de la Sanidad Pública está politizada, cuando se trata de personas que dedican su tiempo y su dinero a intentar mejorar la vida de los cada vez menos zamoranos que resisten en su pueblo, pese a que la vida es cada vez más difícil. Y que en este momento recogen firmas para que se extienda el derecho a acabar la vida con cuidados y dignidad en toda la provincia.

Porque estamos acostumbrados a hablar del drama de la despoblación galopante, de los que emigran, casi siempre los más jóvenes. Pero también hay que tener en cuenta a los que se quedan en su pueblo hasta el final de su vida, casi todos muy mayores y sin apoyo familiar, lo que les obliga a procurarse cuidados en residencias alejadas y caras, o en el domicilio sin ninguna ayuda más allá de la buena voluntad del personal sanitario de los Centros de Salud, sin tiempo ni medios para hacerlo.

Si los jóvenes se van de la zona rural porque no disponen de medios para vivir y trabajar, al menos que los mayores que han permanecido en el pueblo toda su vida, o que incluso han vuelto a pasar los últimos años de ella, puedan acabarlos con dignidad en su pueblo, en su casa, con los suyos. Y con ayuda integral contra el sufrimiento. Porque los que sufren no son solo los cuerpos, son las personas.

Me dijo Violeta que un enfermo de la unidad, cuando le preguntaban qué quería, siempre decía: "¡El niño!". Investigaron entre todos los componentes del equipo, familia y voluntarios incluidos, hasta saber que se trataba del nieto pequeño, de dos años. Las normas no permitían que un niño tan pequeño pudiera entrar en una zona tan triste y con ciertos riesgos para la salud. Pero se pusieron manos a la obra para paliar la tristeza, y el niño visitó a su abuelo un día, se abrazaron y -la magia de los niños- ¡el enfermó sonrió!

Todos los demás salieron de la habitación? llorando. Pero nunca las lágrimas han impedido seguir luchando por lo que es justo. En Zamora, apoyando a la Plataforma por la Sanidad que pide tu firma para paliar el sufrimiento de los que se van.