Otro Lunes de Pascua de Pentecostés inmerso en el pasado. Como en años anteriores, he acudido a la llamada de La Hiniesta. Comencé el día -un romero más- con la misa de romeros en San Antolín. La iglesia abarrotada; todos los bancos ocupados y bastantes fieles de pie, emulando a los que llenaban la plaza y calle de San Antolín que baja hasta la del Riego. Incluso en esta se agolpa gran multitud. Terminada la misa, la Virgen de la Concha, romera de este día, comenzó su ronda dirigiéndose a la iglesia de San Lázaro, para saludar a su familiar (para unos, hermana; para otros, prima) la Virgen del Yermo. Saludos, canto de la Salve y salida hacia el pueblo (que bien pudiera ser una ciudad dormitorio de la capital) con la preceptiva parada ante la Cruz que recuerda la muerte del rey don Sancho a manos de Vellido Dolfos. Responso por el rey y besos de los pies del Niño. Y los romeros, cada año más numerosos, enfilan la carretera que los llevará hacia La Hiniesta, por un camino que yo conocí casi desierto y hoy está lleno de construcciones de distintos destinos, desde el de vivienda unifamiliar campestre hasta almacén de próxima fábrica. La amabilidad de unos de los habitantes, ya a unos cuatro kilómetros del final, dispensa a los caminantes un refresco reparador. Muy cerca ya de La Hiniesta, frente al Teso ("del Cuerno", para los del pueblo) hay un pequeño aparte para, bajo la sombra de los árboles de la orilla, cantar una salve ante la virgen romera. La multitud ha ido creciendo y, a la altura del cementerio (para mí muy entrañable, por albergar los restos de mi madre, en el año 1939, y de mi abuela materna unos años más tarde), el encuentro del pueblo, con sus autoridades a la cabeza, y la cofradía romera, con las de la capital al frente. Allí, saludo de pendones, cambio de bastones (símbolo del poder) y la intervención de los niños de la Primera Comunión; todo muy emocionante. Unidos los zamoranos romeros y los vecinos del pueblo, felices anfitriones, hacen casi imposible el avance hacia la iglesia, cuyas campanas, en un repiqueteo impecable, unen su tañido, muy potente, a la bulliciosa música que acompaña desde el principio a la alegre romería.

Nuevos saludos de la Virgen de la Concha a su familiar la Virgen de La Hiniesta, muy pequeña en el tamaño físico de su imagen, pero inmensa en la veneración de sus fieles, y, con la iglesia, el amplísimo pórtico y las inmediaciones llenos de fieles, comienza la misa presidida, como viene siendo costumbre, por el señor obispo de la diócesis. En el presbiterio, además de los dos asistentes, hacen acto de presencia un grupo de sacerdotes venidos desde Zamora y otros pueblos próximos a La Hiniesta. Don Gregorio Martínez, obispo de Zamora, dirige una homilía, llena de cariño paternal, a los de Zamora y los de La Hiniesta felizmente reunidos en torno a las dos Vírgenes. Como cumple al año que se celebra en toda la Iglesia Católica, la alocución del señor obispo está centrada en la exhortación que anima a los fieles asistentes, unidos en dichosa hermandad, a la confianza en las dos Vírgenes -la de La Hiniesta y la de la Concha- para la unión con Dios en pos de la conciliación. Muy efusiva la intervención de este obispo, al que guardo un especial respeto desde el momento en que fui, seguramente, el primero que lo felicitó el mismo día en que se conoció su nombramiento. Aquel mismo día acudimos el vicepresidente y yo -como presidente- de la Casa de Zamora en Madrid para felicitarlo cordialmente y ponernos a su entera disposición en todo aquello que pudiéramos servirle. Otro día dedicaré mi colaboración a la intensa labor de este obispo, verdadero pastor y padre.

Disfruté de la maravillosa iglesia con sus arcos apuntados y del inimitable pórtico, en el que sustituí a los cansados romeros allí sentados por nosotros, los chiquillos que esperábamos la catequesis preparatoria de nuestra Primera Comunión, aquellos meses de marzo y abril de 1939. ¡Qué contraste el de los actuales romeros fatigados y aquellos saltarines rapazuelos que, esperando a don Cayetano, jugábamos saltando por los huecos del pórtico para evitar que nos "pillaran" los que "velaban"! Y, para terminar con el recuerdo de este día, también comparé con la imaginación mi asistencia a la escuela, ejemplarmente llevada por don Ángel, y la bulliciosa comida de la que el lunes 16 de abril de 2016 disfrutamos los romeros de La Hiniesta en el Salón de Gimnasia de aquellos mismos colegios! Un año más fui romero de la de La Hiniesta. Mi propósito es continuar siéndolo en sucesivos años mientras las fuerzas me acompañen. Revivir el pasado, tan lejano y tan emotivo, es una alegría impresionante que invita a repetir.