Por más que hayan sido los partidos los responsables del fracaso que supone tener que repetir las elecciones generales, con un costo precisado en 192 millones de euros para el erario público, ha sido igualmente la debilidad e inseguridad de sus líderes, de todos y cada uno, lo que ha propiciado la situación, indeseada por los electores pero a la que se agarran como a clavo ardiendo desde el PP a Ciudadanos, pasando por PSOE y Podemos, después de dar constantes muestras todos ellos de su falta de capacidad y voluntad para los pactos, algo muy difícil de conseguir en un país tan cainita.

Una debilidad común, empezando por el presidente del Gobierno en funciones, que ya durante sus años al frente del Ejecutivo expuso su vulnerabilidad en todos los frentes, sumiso a los poderosos -ahí está el rescate de la banca- inane ante el grave brote independentista catalán, salpicado de lleno por los papeles de Bárcenas y por sus inquietantes e-mail al extesorero del PP, con el que se solidarizaba y al que pedía fuerza, y mirando hacia otro lado en los escándalos de corrupción. No se podía esperar de Rajoy que actuase de otro modo, y ahí ha estado, en el largo período postelectoral, escondiendo la cabeza bajo el ala, sin dar un paso adelante, y aferrado a una coalición imposible con PSOE y Ciudadanos.

Débil, muy débil, igualmente, Sánchez que en ningún momento ha sido capaz de enfrentarse a la vieja guardia socialista, el PSOE de salón con vistas a la derecha, instalados en las instituciones, consejos de Administración, consejos consultivos, y otros puestos del buen vivir, dirigentes de un partido que acaba de obtener los peores resultados de su historia, pero que han forzado a su candidato a una alianza de perdedores, sin la menor posibilidad real, con Ciudadanos, cercándole de lineas rojas y dejándole sin libertad para pactar con Podemos y haber conseguido el Gobierno de cambio que pedían quienes los habían votado. Sánchez ha mostrado su inseguridad y no ser capaz de resistir a las presiones, pasando por el aro, haciendo de la entente con Ciudadanos una cuestión de honor y un amor imposible.

Quedan Rivera e Iglesias, partiendo de posiciones algo más solidas por nuevas, pero en cuyos perfiles asoma asimismo su debilidad de primerizos. El del centro-derecha, aunque pactase con el PSOE en su obsesión de tocar el pelo del poder al lado de quien fuese, ha reiterado con sus actos y palabras, dotados de escasa y acomodaticia sustancia política, una evidente vulnerabilidad que ya quedó expuesta en sus comparecencias televisivas electorales y que explican porque a la hora de la verdad su partido no cumple con las expectativas de las encuestas.

Y débil, igualmente, o eso parece aunque él se crea lo contrario, Iglesias, que sigue midiendo mal sus fuerzas y con escaso realismo, y trata de enmascarar su inseguridad de fondo con la forma de una actitud radical, arrogante e intransigente en la que intenta reflejar la supuesta fortaleza de Podemos, que no es tanta, como ha quedado demostrado en la reciente crisis del partido, sufrida a causa de su rechazo a cualquier posibilidad de facilitar un pacto de Gobierno que hubiese evitado las nuevas elecciones.