Hace un año que, por estas fechas, se inauguraron en España dos museos dedicados a sendos escultores nativos de esas respectivas ciudades: el que es llamado Fundación Martín Chirino en Las Palmas de Gran Canaria y el Museo Francisco Sobrino en Guadalajara. Del titular del primero es notoria su personalidad, su ejecutoria y su obra inequívoca de hierro forjado en la espiral y el espacio, así como el arraigo a sus orígenes. Sobrino es autor de una obra también identificable por sus elaboraciones geométricas en soportes de metacrilato y aluminio, adscribibles al opart y al arte cinético, que tuvo su auge en las décadas de los sesenta y setenta, destacando las creaciones de Vasarely, Soto y Le Parc, con el que formó un grupo de investigación y proyección en París; hay que señalar que, con variantes, estas corrientes siguen teniendo vigencia, reconocimiento y renovación a juzgar por últimos ARCO y algunas galerías de Madrid.

Parecen, por lo tanto, motivados y justificados ambos proyectos, aunque llame la atención, más que la mera coincidencia de fechas, el insólito acontecimiento, de inaugurar dos museos monográficos dedicados a escultores pues, como es sabido, son contados y de difícil mantenimiento los que existen. Y uno de esos pocos es el Museo Baltasar Lobo de Zamora, que precisamente ahora se propone cambiar a su tercera y definitiva sede, lo que uno tenía presente en las recientes visitas a los museos citados; de ahí mi impulso a dar esta información y volver a comentar sobre ello. Porque es que, además de esa cierta contemporaneidad de autores y obras, se trata también de actuaciones sobre edificios históricos, que han requerido una laboriosa gestión y ejecución y creo que, en ambos casos acertadamente, consiguiendo espacios amplios y claros para la mejor contemplación de las esculturas.

En Las Palmas se trataba de la vieja fortaleza del Castillo de la Luz al norte de la ciudad, en estado bastante ruinoso, que los internacionalmente reconocidos arquitectos, expertos también en museos, Fuensanta Nieto y Enrique Sobejano rehabilitaron, a mi entender, con bella sobriedad y eficacia, añadiendo al recinto adecuados anexos.

En Guadalajara se ha recuperado el viejo matadero de finales del siglo XIX, situado en una zona de tránsito de la primera expansión, conservando algunos paramentos interiores y techumbres. Se convocó un concurso, que fue ganado por el arquitecto madrileño Pablo Moreno Mansilla (coincidencia de apellidos con el malogrado Luis); en el vaciado interior distribuyó amplios y luminosos espacios para la colección permanente, exposiciones temporales y taller didáctico.

En Zamora también se ha de actuar con determinación y criterio sobre el edificio del viejo Ayuntamiento pero no pretendo que exactamente estas referencias sirvan de ejemplo, sino más bien de estímulo y de ruego. En el sentido de que la Fundación, el Ayuntamiento cuenten con los mejores asesoramientos; recordando la autoridad de María Bolaños, especial conocedora de Lobo y del mundo de los museos, o la experiencia de Paco Somoza, que acondicionó con acierto los dos espacios que han acogido la colección. Y que también se consideren algunas de las propuestas que se han venido haciendo en estos años. Tendría que lograrse ese espacio singular que corresponda a la obra magistral y sugerente de Baltasar Lobo para ser visitado, frecuentado, quizás en ocasiones con acompañamientos temporales. Y, en cualquier caso, con una dirección competente y actualizada.

José María Carrascal Vázquez