Parece que se aproxima la repetición de elecciones generales. Dadas las circunstancias y la esterilidad de las numerosas gestiones de Pedro Sánchez, secretario general del PSOE propuesto por el rey, jefe del Estado español, para someterse a la investidura como candidato oficial a la Presidencia del Gobierno, creo, con toda sinceridad, que la democracia (una democracia verdadera) exige tal repetición de las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015.

Lejos de un fracaso, como han opinado algunos, esas elecciones serían un feliz regreso a lo poco que hoy se concede a la verdadera democracia en España. La experiencia de cuarenta años nos viene dando que, en nuestro país, la democracia se reduce (en la realidad) a que al pueblo -el titular gobernante de una democracia, etimológicamente considerada- solo le compete decidir, mediante elecciones generales, cada cuatro años (o menos si se celebran elecciones anticipadas), quién debe ocupar la presidencia del Gobierno de España. Y eso, no directamente; sino a través de sus representantes en el Parlamento, esencialmente el Congreso de los Diputados. Realizadas esas elecciones generales, salvo en caso de algún referéndum, nadie se acuerda del pueblo para gobernar el país.

Así las cosas, los amigos de la democracia opinamos que sería bueno que en España se celebraran las tan controvertidas elecciones generales, sea el día 26 de junio o cualquier otro día, y cuanto antes mejor para que se acortara el tiempo en el que España se encuentra sin un Gobierno que tenga todos los derechos y todas las obligaciones que la Constitución le otorga. El pueblo tiene que tener de nuevo la oportunidad de decidir. Tal vez debería tenerse previamente algún proyecto de modificar la Constitución en lo que se refiere a la Ley Electoral. (Digo lo del proyecto, porque está claro que el Gobierno en funciones no puede proponer al Parlamento ninguna Ley ni modificación alguna de la Constitución). Un resultado claro no será fácil, si no se limita antes la capacidad de crear y facilitar el funcionamiento a partidos irrelevantes.

Si ya hemos llegado a unas elecciones, creo oportuno tratar un aspecto muy importante que debe tenerse en cuenta en cualquier tipo de elecciones, sean generales o de cualquier otro tipo: la discreción que deben observar los partidos contendientes. Estamos acostumbrados a contemplar, en elecciones anteriores, a unos partidos que, fundamentalmente, limitan sus argumentos a exponer, convenientemente hiperbolizados, los defectos de los partidos contrarios, en lugar de hacer una enumeración, detallada y clara, de sus propias virtudes. Esta pésima costumbre debe erradicarse; y más en estas próximas previstas elecciones generales. Durante este tiempo de carencia de Gobierno fijo se han dedicado ya los partidos a analizar y atomizar a los contrarios hasta tal punto que ya conocemos los puntos flacos de unos y de otros. Y también sabemos que apenas tienen materia apreciable que echarse en cara. Nos han dicho más cosas feas del Partido Popular; pero todos -hasta por La Rioja nos ha llegado del partido de los Ciudadanos- tienen algo que tapar. Y el pueblo lo sabe: aunque se haya desnudado más al Partido Popular, todos sabemos algo de la corrupción en otros frentes. Si se fía uno de la publicidad, atribuye la corrupción y eso de partido de la corrupción a Rajoy y a sus seguidores. Pero la realidad, por desgracia, no deja a salvo a ninguno de sus oponentes. Naturalmente yo no voy a enumerar aquí los sabidos casos conocidos. Si hablo de discreción?

Finalmente, esta discreción recomendada avala la opinión manifestada por alguien en la televisión: decía un señor que la campaña electoral "debería reducirse a dos días: uno para la inauguración, y otro para la clausura". Y tiene razón: Si, por todas las circunstancias apuntadas, ya conocemos a los partidos que puedan presentarse, ¿para qué necesitamos que dediquen días, vallas y paredes a cantarnos todas esas lindezas, a veces muy mezcladas con verdaderas mentiras? Las circunstancias obligan a una ejemplar y elocuente discreción.